Supongo que hoy habrá un buen número de blogs y páginas web hablando de la votación del parlamento catalán acerca de prohibir las corridas de toros en Cataluña. No es política habitual de esta bitácora ser redundante y hacerme eco de lo que ya es objeto de análisis en tropecientos sitios, pero en esta ocasión no he podido resistirme.
Empezaré situando el debate en sus justos términos, o al menos en los que deberían ser para quien le muevan razones éticas en el asunto taurino: no es cuestión de "toros sí vs toros no", no nos confundamos. La dicotomía correcta es "maltrato animal si, maltrato animal no". Si, permítaseme la oportuna metáfora, se hubiera querido agarrar el toro por los cuernos, ese hubiera sido el punto y no otro, pero lamentablemente parece haber otros conflictos en disputa que han contaminado la sustancia de la iniciativa, si es que no era mercancía averiada ya desde un principio.
La Inicitiva Legislativa Popular (ILP) que ha desembocado en la votación producida en el parlamento de Cataluña ha sido la culminación de una gran una chapuza, si no algo peor. Eso sí, democráticamente impecable, todo hay que decirlo, siguiendo escrupolosamente los tiempos y procesos legales establecidos, pero viciada de inicio en su esencia. Porque lo que persigue la ILP no es erradicar el maltrato animal en Cataluña, sino únicamente abolir las corridas de toros, sin tocar ni por asomo otros espectáculos como los correbous, conocidos también como toros embolados. En esta, aparentemente, ejemplar tradición practicada en distintos puntos de Cataluña a las reses les ensartan bolas de fuego en los cuernos para después soltarlos y, presos del pánico, soltarlos despavoridos para disfrute de los mozos del lugar, que juegan al pilla-pilla con el astado. Edificante en grado sumo, ¿a qué sí?
Hay diputados, de CiU y ERC, principales artífices del resultado de la votación, que quieren prohibir las corridas de toros al tiempo que intentan blindar los correbous legislación mediante. ¿Acaso los correbous no implican el maltrato del animal? ¿Quizá la res se planta ella sola las bolas de fuego en sus astas, que considera gratificantes por el calorcito que dan, para goce general de la muchedumbre? Argumentan sus defensores -y detractores de las corridas de toros- que están en contra de espectáculos que terminen con la muerte del toro, ergo si el astado no muere, la función ya sería de su grado, ¿no? ¿Por qué no han manejado la opción de portugalizar las corridas de toros, ya que en el país vecino las corridas acaban con el bicho saliendo por su propio pie, en lugar de apostar directamente por su prohibición? Y si ya no se parte del concepto de maltrato para condenar la tauromaquia sino del de muerte, entonces, ¿es admisible para ellos torturar al animal en un coso pero con el cuidado de no matarlo? Ignoro la respuesta de estos diputados, pero cuando se pierde la coherencia ya no se puede esperar honestidad intelectual.
En 1991 una iniciativa similar tuvo como consecuencia la abolición de las corridas de toros en las Islas Canarias. Pero no fue una maniobra para condenar a muerte los espectáculos taurinos sino una ley general de protección de los animales. Ese es el camino correcto, aunque en Canarias se dejaron en el tintero las peleas de gallos. Lo de Cataluña, y lo digo como defensor de legislar para impedir el maltrato impune a seres inferiores para divertimento cruel de unos descerebrados, es otra cosa, y bastante peor. No se puede hacer pedagogía social desde una posición tan acusadamente hipócrita. La ILP puede acabar suponiendo una seria estocada a la credibilidad del movimiento antitaurino, entendido este como parte de una corriente de pensamiento que intenta moverse dentro de marcados principios éticos y contribuir al progreso moral de la sociedad buscando erradicar prácticas indignas de seres humanos pensantes. Por ello, y como antitaurino que me declaro, como alguien contrario al martirio de animales para diversión del populacho pero que intenta mantener una posición de coherencia, abomino de lo ocurrido ayer en el parlamento catalán.
Esto se ha hecho mal, muy mal, y el cinismo con que se ha llevado va a terminar levantando ampollas. O se es congruente con el discurso de la dignidad y contrario el maltrato animal y lo prohibes TODO (salvo aquello que persiga un bien más elevado como la experimentación con ratas de laboratorio con fines médicos) o entonces se está cayendo en un enorme absurdo y se da pie a que cunda la sospecha, como está ocurriendo, de que hay más motivos identitarios y políticos que éticos detrás de toda esta jarana. Y se lo habrán ganado a pulso.