sábado, 20 de octubre de 2012

Crónica del concierto de Anathema en Madrid, sala Joy Eslava, 18 de octubre de 2012

Tengo un gran recuerdo del concierto que los ingleses Anathema dieron en Madrid allá por 2004, en la presentación de su entonces novedoso disco A natural disaster. Entonces ví a una banda enchufada, comprometida con su hinchada y deseosa de ofrecer una gran noche de rock. Es justo lo que buscaba cuando decidí comprar la entrada para su nueva aparición por tierras madrileñas en la presentación de su última entrega, Weather systems. La calidad de sus últimos discos y la experiencia vivida me hacía presagiar que mal no lo iba a pasar.

Las siete y media de la tarde es una hora un tanto temprana para el comienzo de un concierto, pero ahí estaba el grupo telonero tocando para cuando accedí al interior de la Joy Eslava. Me sorprendió la reducida dimensión del recinto, impropia de una banda de la relevancia musical de Anathema. Pero no nos engañemos, no hablamos de Coldplay y siempre se alude al encanto y la cercanía con el público de las salas pequeñas frente a la distancia de los grandes pabellones y estadios.


Astra

Volviendo a lo musical, los teloneros fueron los usamericanos Astra, o esa era la información que tenía. No los conocía pero su media hora larga de actuación me dio pistas sobre el estilo de rock que practican, tirando a progresivo setentero con toques psicodélicos. Mi apreciación no anduvo mal encaminada si nos atenemos a su página en Wikipedia. Cumplieron su función calentando el ambiente con su pareja de teclistas y su sonido envolvente y añejo. Sin entusiasmar pero con decoro.

Aprovecho para rendir un modesto tributo desde aquí a esas bandas pequeñas que se ganan la vida a la sombra de los cabezas de cartel. Ver a los componentes de Astra llevándose su propio equipo del escenario, sus instrumentos y el resto de su pequeña infraestructura, sin asistentes que les hicieran el trabajo, me hizo pensar en cuántos proyectos como el suyo no verán recompensados la ilusión, el sudor y el esfuerzo diarios con un reconocimiento en proporción directa. Valga desde este modesto blog una pequeña mención a modo de homenaje para todos esos músicos que luchan cada día por hacerse oír pero que rara vez conseguirán la atención que su empeño y tesón merece.

Los preparativos para acondicionar el escenario tras el grupo telonero se alargaron unos cuarenta minutos. ¡Hasta pudimos ver a un asistente pasando la aspiradora! En ese tiempo la sala terminó de llenarse, incluido en piso superior, por lo que el aspecto que ofrecía era el mejor de los posibles dadas sus dimensiones. En cuanto los de Liverpool asomaron la cabeza la excitación se desbordó, y estalló definitivamente con los primeros acordes de Untouchable, part I, tema que abre su último disco, Weather systems. La primera buena noticia fue que la voz de Vincent Cavannagh se distinguía con nitidez, y la primera mala es que la guitarra de su hermano Danny se diluía cuando la banda tocaba al completo. Siempre le faltó presencia y mordiente, salvo cuando el resto de instrumentos bajaban su volumen. Fue una buena elección para comenzar con fuerza pero, aunque sea el mismo orden del disco, continuar con Untouchable, part II no estoy seguro de si fue buena idea. Entiéndanme, es un gran tema, muy emotivo e intenso, que estuvo bien interpretado con una Lee Douglas inmensa en las voces, pero como continuación del tema de apertura, por mucho que ambos conformen un todo, es un descenso de ritmo demasiado acusado y prematuro. Es un concierto en directo, y al público hay que motivarle desde el minuto uno. Más adelante aludiré de nuevo a esta cuestión.


Anathema

Continuaron con un triplete de su penúltimo disco, We're here because we're here (2010). Thin air padeció de nuevo una guitarra opacada que nos hurtaba la escucha de su riff principal. En más de una ocasión estuve por hacerle gestos a Danny relativos a este aspecto -lo tenía enfrente aunque no al lado- pero no creo que me hubiese entendido. De nuevo la vocalista Lee Douglas añadió el lirismo apropiado en los coros para completar junto a la voz de Vincent una ejecución notable. Le siguió Dreaming Light, una balada de enorme carga emotiva que se vio deslucida por un bajo excesivamente reverberante (¿era Jamie, el tercer hermano Cavannagh?) y en el que los teclados, de capital importancia en su tramo final, tampoco gozaron de la presencia debida. Everything finalizó esta tanda y el solo final por fin dejó entrever algo la guitarra de Danny.

Seguidamente Vincent anunció tres temas del Judgement (1999), quizá el disco más alabado de los británicos. La parroquia cayó presa de la euforia cuando empezaron a sonar los primeros compases de Deep. Un tema como ese levanta en armas al más decaído, y el aficionado, como pasa cuando un grupo tiene tras de sí una dilatada y meritoria carrera, está ávido de las canciones que forjaron los mejores años de su banda favorita. Le siguió la inesperada y solemne Emotional winter, otro tema lento cuyo final enlazó con el de Wings of god, el cual sonó heavy y épico a la vez. Para mi gusto fue uno de los mejores momentos de la noche.

Continuaron con la intensa A simple mistake, excelentemente recibida ya que es una de las mejores canciones de sus últimos discos. Nuevamente se echaron de menos unos teclados con mayor empaque en su último tramo, que en el disco acentúan la carga dramática del tema. Yo veía al teclista mover los dedos sobre las teclas pero no escuchaba un sonido ligado a ese movimiento. No soy técnico y no se qué era lo que fallaba, pero algo había que no terminaba de cuadrar. Recuperaron el repertorio del Weather systems con Lightning song, nuevamente con Lee copando protagonismo vocal en un tema que comienza suave y termina con toda la banda tocando a pleno pulmón. Llegados a este punto recupero el argumento que señalaba más arriba. El setlist escogido es pródigo en canciones de corte lento -no necesariamente baladas- o medios tiempos. Mi duda estriba en si es una selección de temas adecuada para mantener el entusiasmo de una concurrencia que tiene que estar de pie durante dos horas (más de tres si contamos a los teloneros, aunque con ellos la sala no estaba llena), casi sin poder moverse y recibiendo pocos estímulos desde el escenario para ponerse a brincar u otra cosa que les lleve a mover algo las articulaciones.

Dicho lo anterior, no quiero en absoluto que esto suene a critica hacia la actitud de los músicos. Simplemente, son Anathema, y así como son sus discos son sus conciertos. Muy al contrario, tal y como suponía, tanto Vincent como Danny, los dos miembros que hacen funciones de frontman, interactuaron con frecuencia con el público, se dirigieron a nosotros a menudo, se esforzaron con el castellano y tuvieron detalles simpáticos como tomar la cámara de alguien de la primera fila para hacer una foto y devolvérsela después. En ese sentido, el de la entrega y el compromiso, no hay nada que reprochar. Llega uno a preguntarse cómo estos músicos pueden componer temas tan tristes y melancólicos cuando desbordan esa vitalidad y energía tan positivas sobre un escenario.

Terminado el inciso, volvemos al lío. The storm before the calm sonó en su primera mitad mejor y más pegadiza en directo de lo que lo hace en disco, y su segunda parte respondió a la épica y al sentimiento esperados. Después, The beginning and the end fue tarareada por todos en su melodía principal, hecho que pareció divertir a los Cavannagh. Universal fue toda una sorpresa para mí ya que no me parece ni con mucho una "seleccionable" para una actuación en vivo. No fue un bajón porque venía precedida de dos piezas no precisamente veloces, pero ejemplifica lo que venía a decir al respecto de la ideoneidad de tocar según que canciones.

Cuando me sorprendía al comprobar que hasta ese momento solo habían tocado temas de tres de sus discos apareció Closer, del A natural disaster (2004), con Vincent manejando los efectos de voz para luego agarrar su guitarra en un final, otra vez, escasamente audible. Como era otro combo de tres seguidamente le tocó a A natural disaster en la que se nos pidió encender mecheros (o teléfonos móviles), una costumbre que yo siempre asociaba a recitales de baja estofa. El público llevó en volandas al grupo durante el emotivo estribillo al tiempo que las luces de la Joy Eslava entraron en escena para añadir magia al momento en una ejecución íntima y solemne. Finalizaron el recital con Flying, donde nos pidieron expresamente la colaboración en el estribillo, algo a lo que el respetable accedió gustoso creándose una conexión momentánea pero muy especial. La sencillez instrumental del tema hizo que el solo final de Danny gozara de un protagonismo que su guitarra solista apenas había alcanzado durante el resto de la velada. Finalizada la pieza, salieron de escena mientras todos esperábamos los bises.

Y para los bises se tenían reservados varios platos fuertes. El primero fue Internal landscapes, que cierra su último disco. Tema, otro más, de ritmo pausado pero de gran intensidad y en el que Vincent y Lee cantaron magistralmente acompasados. Después de toda esa emoción no vino nada mal Empty, del Alternative 4 (1998), un tema más crudo, directo y, sobre todo, rápido. Sí, definitivamente hicieron falta más canciones como esa a tenor del recibimiento que tuvo a esa altura del concierto. De ahí que la versión de Orion de Metallica -que yo fui incapaz de reconocer ya que no soy fan del grupo- también levantara pasiones. ¡Como eché de menos Panic, del A fine day to exit! (2001), disco injustamente olvidado durante toda la actuación. El ritmo volvió a bajar nuevamente en la siguiente, pero si es para interpretar One last goodbye, uno de sus clásicos del Judgement, se perdona. Además simplifica como pocos la filosofía musical de Anathema: sentimiento, melancolía, épica y potencia rockera. Un imprescindible de la banda. Y finalizar la velada con Fragile dreams fue todo un regalo. ¿De verdad no se dieron cuenta de que eso es lo que el público realmente quiere en un concierto? Saltar, agitar la cabeza, botar con los brazos en alto, sentir la energía rockera en cada poro.

Pero todo se le perdona a un grupo de rock cuando se deja la piel sobre las tablas, demuestra disfrutar con su trabajo y se le percibe interés porque la hinchada disfrute y sea feliz durante un par de horas de su vida. Anathema evidenciaron una profesionalidad fuera de dudas, un amor por lo que hacen también al margen de toda discusión y una sinceridad en sus gestos y formas que seducen desde el minuto uno. Un diez en actitud y entrega y algo menos en lo tocante al apartado técnico, pero nada hay perfecto en esta vida.

miércoles, 17 de octubre de 2012

The Killers y el atracón ochentero

Estaba esperando para hacer una típica entrada musical en este blog, con una recopilación de entre cuatro y seis discos más o menos novedosos, pero la falta de tiempo me está impidiendo meterme en faena. A este paso haré la reseña del disco de The Killers cuando ya sea un oldie así que mejor me pongo a ello de una santa vez. Los demás que tengo en mente ya irán cayendo.

Battle born se llama lo último de la formación de Las Vegas liderada por el mormón metrosexual Brandon Flowers y que, pese a que ya se ha dicho todo sobre este disco, merece un pequeño hueco en esta modesta bitácora. Hace relativamente poco que me fijé en esta banda y destacaría de ella que es una formación que sabe facturar canciones que enganchan. En sus inicios navegaron entre el post-punk y el simple revivalismo ochentero y
 en 2012 nos llegan con todo un atracón de años 80, así que al que se le indigeste la receta aquí tiene dos tazas más.

"The Killers, el grupo más ochentero desde los años 80" leí a alguien por la red. Desde luego lo que no ocultan es su vocación de Coldplays, esto es, de convertirse en una banda revienta estadios. Battle born enfila ese camino pero esta etapa de su carrera comienza a mostrar signos que deterioran la credibilidad del cuarteto. Ya en su anterior Day and age (2009, disco de pop elegante pero con demasiados temas fallidos) mostraban una querencia por los sonidos comerciales y asequibles que empezó a mosquear a su parroquia, la cual, con sus matices, aún les consideraba producto rockero. En este nuevo trabajo las guitarras se relegan a un muy segundo plano mientras que los sintetizadores horteras copan un desmesurado protagonismo, entroncando con lo que fue el grueso de la música comercial de la década de los 80 del siglo XX. Atisbos de disco music aderezan doce temas que podrían catalogarse de AOR revival, dadas las similitudes habidas con TotoForeigner y gentes de similar calibre. No obstante, este disco parece concebido más como lucimiento de Flowers (también encargado de los teclados) a tenor de lo apagada que se percibe al resto de la banda. Aunque admitamos que el cantante lo hace bien, demostrando unas apreciables dotes vocales que se notan trabajadas, se añora lo compacto de la formación que publicó Hot fuss (2004) y en especial Sam's Town (2006).

La cuestión arreglos es la más espinosa. Los sintetizadores empalagan y muestran la carencia de complejos y de sentido del ridículo con que ha sido acometida esta última entrega. Rara vez acompañan más que para mercantilizar el sonido de unas canciones articuladas en torno a pegadizos estribillos y asegurar un hueco en el mainstream. Al menos el disco es superior al que hizo Flowers en solitario (Flamingo, 2010), el cual era un completo desatino, una pachanga increíblemente mala. Las baladas de Battle born son burdas y almibaradas, el escaso rock que se percibe nos retrotrae a Asia (Runaways) o Meat Loaf (Battle born) y los medios tiempos dominan claramente sobre los cortes enérgicos. Para colmo, y terminar de fusilar la década de los 80, se sacan de la manga un bonus track, Prize fighter, directamente inspirado (por no emplear otra expresión más maliciosa) en el clásico de The Waterboys The Whole of the moon. The Killers no han perdido épica pero sí la magia para interpretarla. Ahora suenan como una banda que hace versiones de canciones viejas.

Ojo, todo lo anterior no tiene por qué ser obstáculo para que, en esta nueva andadura, consigan alcanzar audiencias masivas. De hecho, ese es el objetivo. Ni siquiera afirmo que Battle born no sea disfrutable a ratos si uno tiene la mente abierta. Pero que es un serio paso atrás desde un punto de vista creativo no me parece algo sujeto a demasiadas dudas.

Vídeo de Runaways, con una estética tan AOR que solo falta Cher haciendo los coros.



sábado, 13 de octubre de 2012

Prometheus o el pastiche indigesto

Para un entusiasta de la saga Alien como el que les habla cualquier indicio de nuevo estreno cinematográfico relacionado con el xenomorfo con cabeza de pene es observado con expectación, pero también con suspicacia. La franquicia iniciada por Ridley Scott en 1979 ha proporcionado grandes momentos al género fantástico pero también ha dado lugar a guisotes incomibles. De ahí que sean naturales las reservas. Ningún buen aficionado desea ver en la trituradora de carne al icono de sus amores.

Las dos películas de Alien vs Predator transcurrieron entre lo corrientucho y lo vergonzoso. Uno ya ha perdido la esperanza de que algún productor interesado en insuflar nueva vida al alienígena de la doble mandíbula se fije en las estupendas historias publicadas por la editorial Dark Horse (la que ideó el enfrentamiento entre el alien y el depredador) en formato comic. Podría destacar varias con más merecimiento para ser llevadas al celuloide que el comistrajo que finalmente se convirtió en el guión de Prometheus. Pero dejemos de soñar. La cinta de Ridley Scott ha jugado la baza comercial de Alien para ampliar el público objetivo de su última obra, pero la historia poco o nada tiene que ver con lo que la saga nos había deparado hasta el momento.

Es evidente que el cebo de Alien, un gran presupuesto y el director de la mítica primera película detrás de las cámaras iban a levantar un gran interés. No era una peli más de ciencia ficción, ¡era una precuela de Alien dirigida por Ridley Scott! Los fans salivaban al compás de un prometedor trailer, pese a que Ripley (Sigourtney Weaver), el otro gran icono de la franquicia, se quedaba fuera, algo lógico al transcurrir Prometheus más de un siglo antes de que la heroína se enrolara en la Nostromo.

Pero la caña estaba echada y muchos han picado. Si no atraídos por ver de nuevo al xenomorfo levantando cráneos sí al fiarse de lo que un nombre del prestigio de Scott y un atractivo reparto podrían dar de sí bajo el paraguas de la exitosa dinastía de películas. ¿Y por qué chirría tanto Prometheus?

Aviso: a partir de aquí habrá spolilers. O dicho en cristiano: voy a reventar algunos detalles de la película. Pero si quieren una crítica como es debido pasen a leer el artículo de Jot Down Prometheus para dummies (tampoco se pierdan los numerosísimos y jugosísimos comentarios)

Lo primero que me llamó la atención es que a pesar de transcurrir la acción más de cien años antes de Alien la estética resulta notablemente más avanzada desde una óptica tecnológica. Es obvio que la tecnología aplicada al cine de hoy día dista mucho de la empleada a finales de los años 70 del pasado siglo, pero la coherencia interna sale malparada en la comparación. La sci-fi de aspecto realista y sucio de Alien y Aliens las hacía cercanas, verosímiles dentro de su fantasía. En Prometheus el aspecto del interior de la nave es inmaculado, impoluto, más propio del Enterprise de Star Trek que de la vieja Nostromo. No hay pasillos angostos con suelos de rejilla, ni tenebrosas cadenas colgantes, ni mecánicos sudorosos y malhablados. Ni siquiera una pizca de humor negro. Todo lo que hacía grande a Alien se ha desechado en Prometheus.

Alto. ¿No habíamos dicho que esta no estaba relacionada con la saga? No, pero en cierto modo...sí. Weyland era el nombre de la compañía que fletaba la Nostromo en Alien, y es Peter Weyland el nombre de quien financia el viaje de la Prometheus. La nave de los "ingenieros" es clavada a la encontrada por la expedición de la primera película. Aunque no se quiera admitir hay un punto de partida común que hace que el vínculo entre ambos filmes sea inevitable (al margen de la estelar aparición final de el bicho). Vale, Scott ha querido filmar una película completamente nueva. ¿Para qué hacerla entonces de modo que se la asocie con la franquicia Alien? Ya lo hemos dicho: gancho comercial. La lógica interna se la trae floja. La cuestión es llevar gente a la sala de cine aunque sea para tomarle el pelo.

Seguimos. Ya he dicho que en el aspecto formal Prometheus es una cinta impersonal, aséptica, pasteurizada y sin sello propio. ¿Qué decir de los personajes? Los hay que hacen una aparición fugaz y no se vuelve a saber de ellos. Aunque para lo que hacen casi es hacerles un favor. Hay uno que intenta juguetear con una especie de serpiente alienígena. Se nota que la tripulación está compuesta de los mejores profesionales científicos de todo el...¡barrio de Vallecas! Como es pertinente, sale trasquilado. A su compañero la entrada en contacto directo con el entorno extraterrestre le convierte en una suerte de zombi con superfuerza que se lía a repartir estopa a compañeros de tripulación que apenas sabíamos que existían. Finalmente se lo cargan y de todos sus apalizados no se vuelve a saber, allá les jodan ahí tirados.

La escena de la caída de la nave alienígena es auténticamente demencial, de puro ridícula. Las dos chicas corriendo en línea recta mientras un objeto gigantesco les cae lentamente encima ¡y no se les ocurre echarse a un lado! Dicha estampa debería avergonzar a Scott hasta el fin de sus días.

De entre los personajes principales la excepción es el androide David. Coincido con todas las criticas favorables recibidas por el actor alemán Michael Fassbender en su composición de robot sin emociones. Charlize Theron se limita a tratar de imitar a su compañero de reparto y así alimentar la especulación de que también se trata de un humano artificial; su papel es prescindible. La sueca Noomi Rapace en modo alguno hace olvidar como sufrida heroína, pese a su esforzada interpretación, a la Ripley de Sigourtney Weaver, por mucho que su respiración agitada trate de hacernos recordar la tensión de las mejores escenas de Alien y Aliens. Los demás apenas merecen mención, más allá de la estupidez de maquillar a Guy Pearce para encarnar al anciano Peter Weiland en lugar de contratar a un actor anciano de verdad (aunque por ahí he leído que hay escenas en las que aparece de más joven, pero que se suprimieron del montaje final, lo que daría sentido a este aparente sinsentido).

Sobre las referencias cristianas, mejor remitirse al artículo de Jot Down que enlazo más arriba. Solo unos apuntes: el personaje de Rapace es estéril, pero es fecundada gracias a la sustancia negra que parece capaz de insuflar vida, o de modificarla. Y en una alucinógena escena, y en víspera de Navidad, se hace una cesárea para extraerse-dar-a-luz una sepia del vientre que, más tarde, y convertido en un kraken colosal, fecundará al último de los ingenieros, los seres que, presuntamente, sembraron la semilla de la vida en la Tierra. ¿De ahí extraemos que ese pulpo gigante es Dios? Vaya ud. a saber. Pero si es así, entonces el xenomorfo que nace del último ingeniero en el epílogo es... ¿Jesucristo? ¿La santísima trinidad son la gelatina negra, la sepia luego tornada en kraken viscoso y, finalmente, el alien? ¿Padre, hijo y espíritu santo?

Si todo esto les suena rocambolesco no se extrañen. Lo es. Pero si quieren redondear el desaguisado entren aquí y deleitense, antes de que desaparezcan, con algunas escenas eliminadas del montaje final. Con ingeniero convertido en una suerte de Jason Vorhees el director's cut promete ser un descacharre.

viernes, 12 de octubre de 2012

Californication, las facetas de un vividor

Hace poco terminé de ver la última temporada de la serie usamericana Californication. Esta es una serie que ha contado desde el principio con las bazas del lenguaje sexual explícito y un calculado erotismo para hacerse notar entre la miríada de productos televisivos que salen desde el país de Hollywood. También ha intentado dotar al carácter del principal protagonista y de sus circunstancias de vida de cierta profundidad, por aquello de que la cosa no vaya solo de tetas y palabrotas. No siempre ha funcionado, pero tras cinco temporadas yo estaría dispuesto a ver una sexta, aun a sabiendas que se trata de un producto en decadencia.

Y no es que haya perdido la chispa y el desparpajo de sus primeras temporadas, pero las novedades de un año para otro tampoco se han significado en exceso, dando la impresión de estar siempre vendiendo lo mismo. Es un proyecto que está muriendo poco a poco de agotamiento. Tras mucho estirarlo, el chicle no da más de sí.

Los personajes tienen unas personalidades tan acentuadas que poco margen queda para darle una vuelta de tuerca a los guiones. Hank Moody, al que da vida David Duchovny, el agente Mulder de la serie de los años 90 Expediente X, no ha dejado nunca de ser ese escritor mujeriego y desinhibido, ese hedonista para el que el placer siempre va por delante de la obligación. Incapaz de atarse a una existencia que no le deje libertad completa de movimientos, mira para otro lado cuando se percata de que sus actos tienen consecuencias para la gente que le importa. Siempre vuelve a reincidir a la siguiente ocasión. Sexo y drogas legales e ilegales son acompañante cotidiano de este vividor al que el talento para escribir le salva de ser el paradigma del perdedor.

Los guiones chispeantes se las apañan para que, a pesar de lo odioso de su comportamiento y su apatía hacia todo lo que no sea él mismo, uno simpatice con él. Lo que no es óbice para que de vez en cuando deseemos que reciba una buena paliza. El truco está en, quizá, rodearle de personajes aún más tristes y rocambolescos. En este aspecto, Californication es todo un catálogo de freaks pasados de vueltas que a uno le cuesta creer que puedan existir. Ignoro hasta qué punto la serie se inspira en el mundo real del artisteo yanki, pero de los USA uno ya se espera cualquier cosa.

El resto del reparto gira en torno a Moody y juegan un papel en su vida a diferentes escalas. Mantiene una relación de amor-odio con su ora pareja, ora ex-pareja, Karen (la actiz Natascha McElhone, vista en El show de Truman o Solaris), la cual adora la personalidad díscola de Hank pero conoce los riesgos que conlleva para su estabilidad emocional, lo que le lleva a estar haciendo la goma con él de forma continua. Comparten una hija adolescente, Becca (Madeleine Martin), la cual actúa como psicoanalista y conciencia de Hank y es, en ocasiones, el único vínculo que el escritor intenta, a duras penas, mantener intacto para no caer definitivamente en el abismo. Charlie Runkle (Evan Handler) es el agente de Moody, cuya figura reverencia y, a lo largo de las cinco temporadas que lleva la serie, ha pasado por diferentes estadios, todos ellos destinados a convertirle en el ser más patético de toda la galaxia. Su ahora ex-esposa Marcy (Pamela Adlon) es una histérica desquiciada por haber carecido de una relación sexual satisfactoria durante el tiempo que duró su matrimonio.


Enumerar el delirante desfile de secundarios aparecidos en las cinco temporadas daría para muchos párrafos. Algunos de ellos fueron célebres en otros tiempos, como los actores Rob Lowe y Kathleen Turner y el músico Rick Springfield.

Por curioso que resulte en la serie creada por Tom Kapinos conviven el lenguaje sexual ultraexplícito con un erotismo medido y a veces incluso pacato. En todo este tiempo solo recuerdo haber visto un pubis femenino mientras que los desnudos frontales masculinos están vetados. Incluso podemos ver a algunos personajes femeninos tapándose las tetas con la sábana después de practicar el coito, en esas escenas tan propias de las púdicas producciones comerciales usamericanas. Supongo que hay que ser algo así como un redneck para comprender esa doblez de pensamiento.

Ya están avisados. No esperen sexo despiadado porque no lo hay. Y aguarden a que sus hijos estén en la cama para verla, no sea que escuchen algún diálogo mordaz que no quieran ver repetido durante la cena.

Cine de 2021 que ha pasado por estos ojos

A continuación dejo un listado de las películas de 2021 que han visto estos ojitos, junto con un enlace a la reseña que dejé en Filmaffinity...