miércoles, 12 de octubre de 2011

El cine en casa, nueva entrega

Tras una temporada en la que apenas veía cine, vuelvo por donde solía y anuncio mi reconciliación con el séptimo arte. Por supuesto, en casa.

Código fuente (Source code, 2011). Esta película norteamericana ha pasado un tanto desapercibida por nuestra cartelera, pero no por ello carece de interés. Ocurre que tiene un argumento similar a Origen (Inception, 2010) y quizá por eso haya despertado menor atención. La cosa va de un militar (Jake Gwyllenhal) cuya conciencia y recuerdos son implantados en otra persona del pasado, gracias a una revolucionaria tecnología, con el fin de evitar acontecimientos en el presente relacionados con el terrorismo. Como corresponde a este tipo de tramas, las paradojas espaciotemporales conforman el meollo del asunto, aunque no conviene entrar mucho en ellas para no descubrir los agujeros del guión y su falta de sentido. El pulso narrativo es correcto y te mantiene pegado a la silla sin que uno se sienta insultado, pero el final me parece alargado en exceso y con demasiado edulcorante. En definitiva, lo que tenemos en un refrito en el que caben desde Matrix hasta Atrapado en el tiempo pasando por OrigenJohnny cogió su fusil Doce Monos. Sí, las fusila todas, pero se las apaña para parecer un producto digno, planteando un dilema ético relativo a si, ante situaciones límite, deben prevalecer los intereses individuales o los colectivos, por dura que resulte la decisión.

Cisne negro (Black swan, 2010). Mucho se ha escrito y hablado sobre este film, y creo que tanto debate le ha perjudicado porque no creo que sea ni tan enrevesada como la cuentan ni tan psicotrópica como algunos afirmaron. El argumento es conocido: una bailarina de ballet sueña con el papel de su vida, para lo cual debe enfrentarse tanto a sus demonios particulares como a la rivalidad con una compañera recién llegada. La película podría encuadrarse dentro de la categoría de thriller psicológico, con momentos bastante góticos y oscuros, pero yo no la llamaría cuento de terror, como se ha llegado a definir. El mensaje principal reside en la busqueda de la perfección y las consecuencias que puede acarrear. Natalie Portman recibió un oscar por el papel protagonista, pero es cierto que esa expresión permanente de estar al borde del llanto llega a resultar un pelín cargante. Como digo, no es tan compleja como dicen, y es que a partir de El Sexto Sentido me da que los finales sorpresa dejaron de ser lo que eran.

Captifs (2010). Película francesa que incide en el peligro que comporta pulular por la ex Yugoslavia de la posguerra de los Balcanes. Una cooperante de las fuerzas de pacificación, que arrastra un trauma infantil relacionado con los perros, es secuestrada junto a su equipo por lo que se revela como una familia dedicada al noble arte del tráfico de órganos, y cuyos integrantes demuestran tener pocos escrúpulos a la hora de extirparlos. Tal argumento podría caer directamente en el saco gore sin más (aunque sangre, haberla hayla), pero por suerte esquiva la cuestión centrándose más en la angustia y la tensión que asalta a los protagonistas al intentar fugarse. Lo malo es que las escenas de mayor ansiedad no aportan nada nuevo, y son demasiado parecidas a otras de similar enjundia vistas en diferentes filmes (se me ocurren Hostel, Las colinas tienen ojosBreakdown). El trauma de la prota, que todo indicaba iba a ser la piedra angular de la peli, luego no tiene apenas relevancia, y el final además no es nada convincente. Se deja ver, pero está por debajo de la media.

Secuestrados (2011). Hay películas que uno está deseando ver terminar por la incomodidad que producen en el espectador. Funny Games podría ser el paradigma del cine moderno para estos casos, y es una gran noticia para el cine español que Secuestrados beba de esa fuente y con ello logre un producto decente, incluso brillante y, sobre todo, eficaz. Una familia bien, matrimonio e hija adolescente, se traslada a una urbanización en el campo; se disponen a pasar su primera noche en su nueva casa cuando tres asaltantes penetran violentamente en su morada y les exigen dinero. A partir de ahí las horas pasan entre la angustia y el miedo de saber que los atracadores están dispuestos a todo si no ven satisfechas sus demandas. El ritmo de Secuestrados
 está bien sostenido, retratando la situación como bien podría producirse en la vida real. Ese realismo es su mejor baza, y un acierto trasladarlo al espectador principalmente a través de la hija del matrimonio, interpretada por Manuela Vellés, y el estado de histeria que atraviesa casi durante todo el metraje. La mayor pega la veo en la resolución final, la cual quizá no satisfaga a todos por crudo y efectista en exceso. Pero sin duda esta es una de las mejores producciones españolas del año, a la altura de mucho de lo que a nuestras pantallas viene desde fuera.

La caverna maldita (The cave, 2005). Triste réplica usamericana de la británica The descent, en la que los tópicos se suceden uno tras otro, nada sorprende y cuyo final no es más que un pobre intento de posibilitar el nacimiento de una franquicia que, vistos los resultados, nunca tuvo opciones reales de fructificar. Un equipo de espeleosubmarinistas (sí, tal como suena) llega a las montañas de Rumanía (raro es que no sea la ex-Yugoslavia, aunque está claro que la Europa del este es un imán para el cine de terror moderno) para ser los primeros en explorar una inmensa cueva subacuática. En su interior descubrirán que la vida se ha desarrollado de una forma más que peculiar, en particular, siguiendo la máxima de Isabel Pantoja: "dientes, dientes, que es lo que les jode". Los miembros del equipo cumplen con los roles habituales del cine comercial usamericano, y ni siquiera las tomas subacuáticas merecen una mención especial por su espectacularidad visual, pese a que la ambientación está bastante conseguida. Por no mencionar que las criaturas subterráneas se saltan a la torera el principio darwinista de adaptación al entorno, si nos ponemos picajosos. Al final es otra peli más de bichos que se van comiendo uno a uno a los protas menos a los que todos esperan y que no da ningún miedo por lo previsible que es todo. El as en la manga del final se queda en meramente anecdótico ya que se produce cuando uno ha determinado que la película no pasa de mediocre.

Posesión (Possession, 1981). El valorado cineasta polaco Andrej Zulawski dirigió hace treinta años a unos jóvenes Sam Neill e Isabelle Adjani en esta esquizofrénica cinta de terror psicológico en un claro exponente de como lo que para unos es cine de culto puede para otros ser un coñazo infumable. El personaje de Neill vuelve a su casa de Berlin pre-caída del muro tras un viaje para encontrarse con que su mujer (Adjani) le ha puesto los cuernos. La circunstancia volverá le loco de celos y angustia, y más al saber que ella tiene intención de volver a pegársela, tal es el influjo que su amante ejerce sobre ella. La sorpresa llega cuando se conoce la naturaleza, poco humana, de dicho amante. Durante la película asistimos a una sucesión de violentas discusiones del matrimonio, que incluyen violencia física, y que están dominadas por un histrionismo y una sobreactuación fuera de lo común por parte de ambos actores. Hay un hijo de por medio, pero por momentos no parece que exista en la trama, estando cada uno de los padres acuciado como está por sus propias pajas mentales. También hay escenas presuntamente desagradables, pero han pasado treinta años y no asustarán a ningún espectador medianamente avezado. Es de esas películas que, supuestamente, están cargadas de simbolismo, así que habrá quien no se entere de nada a menos que se estruje la sesera, y quien decida que no merece la pena el intento a juzgar por la retahíla de lo que percibirá como sin sentidos. Y para imágenes simbólicas, me quedo con una del final, en la que uno de los policías se agacha con el, aparente, único propósito de lucir... unos calcetines rosas. Que alguien me explique cual es su significado, si es que lo tiene.


Pà negre (2011). Triunfadora en los Goya y enviada a los USA para pelear por el Oscar, Pa negre es la última apuesta del cine español por hacer un producto con cierto contenido y profundidad. En un bosque catalán, durante la posguerra, se produce un crimen, y un niño se verá envuelto en las circunstancias que le rodean, lo que precipitará por las malas su paso a la madurez. El film nos habla de la responsabilidad de los adultos para con los niños y en la configuración de su código moral, a una edad en la que aún no están preparados para asimilar todo lo que conlleva. Retrata la dura vida de los payeses en la Cataluña de posguerra, no concediendo a ese escenario más protagonismo que el de marco donde se desarrollan trama y personajes. El diseño de producción y la escenografía están muy logrados, y a ratos se percibe la atmosfera malsana propia del cine de Agustí Villaronga (Tras el cristalEl mar...) con sus habituales e indisimuladas alusiones a la homosexualidad, la enfermedad y la demencia. También hay aspectos que no satisfacen, como la relación entre el niño Andreu y el joven enfermo al que alimenta, difusa y poco trabajada; o con la niña Nuria, cuya ira y rebeldía no acaban de transmitirse con la fuerza que hubieran requerido. Con todo, es una notable propuesta de un cine difícil que merece la atención que finalmente está recibiendo.

Ovejas asesinas (Black sheep, 2006). Producción neozelandesa en la que la comedia y el terror gore cabalgan juntos. En una granja se está experimentando con el ganado lanar con el desgraciado resultado de convertir a las ovejas en una suerte de zombis animales sedientos de sangre, las cuales salen a la caza de humanos con la ayuda involuntaria de un par de ecologistas ineptos. Para qué explicar más, ¿verdad? La mala leche y el humor negro intentan ser la baza principal de esta cinta, salpicada con mutilaciones y chorreos hemoglobínicos, pero por desgracia no logra mantener un ritmo aceptable y solo momentos puntuales logran arrancar la sonrisa al respetable. No aburre y se ve con simpatía (y desagrado para quien no le guste el gore) pero tampoco cumple todas las expectativas que, a priori, la idea inicial prometía.


X-Men. Primera generación (X-Men. First class, 2011). No tenía intención de volver con los X-Men. La tercera entrega de la saga ya me resultó plomiza, y el spin off de Lobezno me siguió pareciendo producto para adolescentes. No conecto con el cine basado en cómics a no ser que se aborde desde una perspectiva adulta, como pasó con Watchmen. Sin embargo, las buenas críticas me llevaron a echar un vistazo a lo último de los hombres X. No puedo decir que esté impresionado, pero tampoco avergonzado. Esta vez nos retrotraemos a los años sesenta, época en la que profesor Xavier aún podía caminar y una lucir frondosa cabellera, donde nos cuentan cómo los mutantes fueron conociéndose y cobrando conciencia de lo que suponen para el resto del mundo y para ellos mismos. En especial se han trabajado la relación entre Xavier y Magneto, su amistad inicial y la ruptura de la misma al descubrirse antagonistas. El peso de la trama recae sobre el segundo, interpretado por el alemán Michael Fassbender, actor que exhibe una notable presencia y carisma y que se lleva todo el protagonismo frente al resto del elenco. Cuando la cosa no va de Magneto la función decae, con eso está dicho todo, y en especial cuando es el malo, al que da vida Kevin Bacon, quien copa los planos, y cuyas escenas son las más aburridas por arquetípicas. Cine fantástico de entretenimiento que supera lo que venía ofreciendo esta saga.

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