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jueves, 26 de noviembre de 2015

Los terroristas como legítimos representantes del pueblo musulmán

Hay un aspecto relativo a los últimos atentados en Francia que me gustaría comentar. Los sectores más a la izquierda tienden a mitigar la responsabilidad de sus perpetradores diluyéndola en una marea de presuntas razones psicosociales como la marginalidad, la falta de oportunidades, la pobreza o la frustración existencial derivada de vivir en un territorio que les acepta a regañadientes. Viven en Europa pero Europa les niega la integración y de ahí surgirían los problemas.

No digo que esto no ocurra, pero sí que la causalidad es más que discutible. Comparemos solo cuantos yihadistas participaron en los atentados de París con la cantidad de musulmanes, franceses o no, residentes en Francia. No parece que esas condiciones tan dolorosas lleven a una cantidad significativa personas, en relación al total, a inmolarse ni a tirotear viandantes. Dicho de otro modo, si los terroristas no son representativos de la comunidad musulmana francesa ni de la europea ("son cuatro locos"), entonces las supuestas causas de su radicalización gozan de idéntica relevancia.

Desarrollemos la idea. Si cuatro anormales deciden enfundarse cinturones explosivos y reventar a todos los civiles a su paso ¿por qué ellos SON la representación legítima de esa pobreza, falta de oportunidades, retraso económico, marginación social, etc… y no los miles que no terminan de esa manera y que rechazan emprender ese camino? ¿Acaso esas buenas personas, tan musulmanes como el que más, que dedican su día a día a salir adelante como pueden, han pedido que la exteriorización final de su duro transitar por la vida en Europa sea asesinar a sangre fría?

Repito la pregunta. ¿Por qué son los cuatro perturbados que planean y cometen atentados a los que debemos designar como expresión del dolor y humillación de su pueblo, en lugar de los cientos de miles, incluso millones, que siguen con su (dura) vida diaria sin hacer daño a nadie?

Parece que algunas mentes privilegiadas han decidido que son los violentos, los criminales, los que llevan la voz cantante cuando de declarar el sufrimiento de su gente se refiere. El resto no deben pasar de ser unos pusilánimes que no se atreven a plantar cara al malvado Occidente hinchando sus calzoncillos de dinamita. Si hasta intentan llegar hasta el corazón del viejo continente para ponerse nada menos que a vivir y prosperar ahí, ¡sin matar a nadie! ¿Qué clase de musulmán decente y con conciencia de clase haría eso? A este sinsentido llevaría la pendiente resbaladiza de su pensamiento.

Pues en esas estamos. La izquierda más imbécil, ignorante y protoreligiosa, pretendiendo defender al pueblo musulmán lo está sepultando bajo un montón de inmundicia, nada menos que avalando a los terroristas como sus legítimos representantes en esta Europa cruel y despiadada que han construido en su cabeza. Con semejantes defensores para qué necesitan a la ultraderecha, me pregunto.

Por favor, lean como complemento, por supuesto muy superior, este artículo de Letras Libres: Occidente siempre tiene la culpa.

lunes, 18 de mayo de 2015

El @PSOE vende sus principios a la caza del voto musulmán

El candidato por el PSOE a la alcaldía de Madrid Antonio Miguel Carmona, un tipo cuyo mayor logro es haberse hecho conocido como tertuliano televisivo, ha lanzado la caña de pescar votos en mitad de la comunidad musulmana. Le ha prometido espacios donde ejercer su musulmanidad sin problemas, eso sí, con cargo a las arcas públicas madrileñas, compartan o no su fe los habitantes de la ciudad. En otras palabras, le ofrece empezar a equiparar sus privilegios con los que lleva disfrutando la Iglesia Católica durante décadas, por si aún tuviéramos dudas acerca del compromiso laicista de su partido.

No es raro ver a los socialistas vender esta imagen progre buenrollista de alianza de civilizaciones. Rodríguez Zapatero hizo de esto todo un eje de gobierno mientras tuvimos la desgracia de padecerlo. Es lo que tiene querer contentar a todos y no disponer de unas líneas de actuación claras ni de un proyecto de sociedad consolidado. Mientras Pdro Snchz afirma querer derogar el concordato con el Vaticano, buscando gustar a los sectores sociales más laicos, su candidato para la capital ofrece el bolsillo de todos los madrileños para que los hinchas del Islam puedan hacer sus celebraciones con total alegría. Que aquí hay dinero para todos.

Esto es algo a lo que ya me referí en este post de octubre de 2007, aunque entonces me centré en el ámbito educativo. Si el rosario de privilegios de que goza el catolicismo en España no se ve drásticamente suspendido llegará el día en que otras confesiones reclamen un trato similar. ¿O acaso la Constitución no dice que la discriminación por razón de religión es ilegal? En el caso que nos ocupa, es un político cantamañanas el que, desesperado por captar votos, abre la puerta a la comunidad musulmana para que ejerza ese derecho

Sí, la cursiva es intencionada. No hay derechos que valgan cuando de algo tan subjetivo como la fe se trata, por extendida que esté. Los sistemas de creencias personales pertenecen al ámbito privado y ahí se han de quedar. El único derecho en este asunto es el de cada uno a elegir su propio sistema de creencias. Punto. El estado ha de ser neutral y mantenerse al margen de cualquier institución religiosa y no financiar supersticiones.

Así que, señor Carmona, no puedo impedir que continúe haciendo el monger, algo para lo que demuestra estar ampliamente dotado, pero al menos entérese de lo que es el laicismo. Y de paso, cuando se reúna con representantes musulmanes, ya que parece tan dispuesto a asentar el Islam en España, felicite a sus mujeres por el hondo compromiso que tienen con su fe al ir cubiertas hasta las cejas mientras sus maridos visten libremente al estilo occidental. Todo muy progre.

martes, 2 de agosto de 2011

El multiculturalismo no funciona si se entromete la religión

El multiculturalismo a priori parecía una buena idea, pero no ha terminado siendo esa panacea que, a pesar de los esfuerzos, las buenas intenciones de sus valedores anunciaban. En primera instancia, para intentar echar un capote a ese mestizaje cultural que parecía traer toda clase de parabienes, se me ocurrió pensar en la emigración española durante el franquismo, tanto la que huyó a Europa como la que eligió Sudamérica, pero no podemos establecer grandes comparaciones. Las similitudes culturales e idiomáticas eran evidentes en el caso de Argentina o Chile, mientras que los emigrados a Suiza o Alemania, o acababan volviendo o eran completamente asimilados por la cultura autóctona. Muchos españoles hemos sabido de parientes u oído hablar de conocidos que hicieron las Europas y nunca retornaron; del "tío de Alemania" que ya no vuelve a su pueblo más que de veraneo. Esto no ocurre con la inmigración musulmana, porque ahí existe una barrera difícilmente franqueable: la religión.
El español que, en el contexto citado, emigraba a Alemania podía comprobar, nada más bajar del tren o del avión, las diferencias existentes entre lo que dejaba atrás y lo que se desplegaba a su alrededor; la brecha existente entre un país inmerso en el subdesarrollo y los avances de un mundo moderno hasta ese momento desconocido. Podía hacer una valoración justa y ponderada de lo que hasta ese instante había sido su entorno una vez abría los ojos al mundo exterior. Los había que, presos de sus lazos culturales, anhelaban el regreso, mientras que otros se dejaban seducir y quedaban inmersos en la idiosincrasia local. Lo que no hacía ninguno, al menos que yo sepa, era intentar reproducir en su rincón de acogida las condiciones que habían convertido a su país de origen en un lugar del que salir escopetado.

En Europa no existe la percepción de que la inmigración musulmana esté atravesando alguno de los estadios descritos en los dos anteriores párrafos. Muy al contrario, cuando se produce una concentración importante de inmigrantes a los que une una característica común, que en este caso es la religión, el Islam, comienza a extenderse un propósito: hacerse escuchar, conseguir el reconocimiento de una serie de derechos, como colectivo con unas necesidades muy particulares, y que las autoridades lleguen incluso a legislar de acuerdo a su "hecho diferencial". El problema es que, dentro de ese conjunto de reclamaciones, que muchas pueden ser justas y defendibles, entran las relativas al respeto a sus creencias, y a los hábitos derivados  de ellas.

Antes de continuar hay que admitir una cosa: es normal que en una situación donde eres una anomalía te reúnas con los que son más semejantes a tí en busca del calor y la cercanía que no encuentras cuando aterrizas a un entorno nuevo, extraño y a veces hostil. Es algo que ocurría también con los emigrantes españoles. La problemática surge cuando se importan unas costumbres que no es que sean chocantes con respecto a las imperantes en el lugar de acogida (también lo son, por ejemplo algunas de las que trae la comunidad ecuatoriana, sin que aparentemente levanten tantas ampollas) sino que entran en conflicto con las normas de convivencia vigentes e incluso con las propias leyes. Ello conduce a la formación de guetos donde, precisamente, la diversidad cultural brilla por su ausencia.
No digo que ocurra en todos los casos, pero sí que es algo que podemos considerar bastante frecuente. No soy partidario de demonizar a comunidades enteras, ni de cargar contra los inmigrantes desde una óptica etnicista o clasista, algo muy común y sobre lo que ya he escrito anteriormente. Pero no por ello tengo que apartar la vista de lo que veo que ocurre y de los problemas surgidos de situaciones nuevas. La solución no es dejarlo correr, mirar para otro lado y esperar que las cosas se enderecen solas. Si se le da cauce a lo que solo tiene a la religión como soporte fundamental, antes o después tendremos sobre la mesa demandas incumplibles desde el punto de vista moral o incluso penal, pero que tendrán quien las quiera satisfacer en aras tanto de ese multiculturalismo como de los derechos adquiridos conquistados hasta ese momento.
La polémica con los inmigrantes procedentes de países musulmanes proviene de la religión que profesan, o más que eso, de las costumbres que lleva aparejadas. En sus países de origen la religión ha jugado un papel crucial en paralizar el avance de sus sociedades, estancándolas hasta el punto de institucionalizar prácticas propias de la Europa medieval. Ello, junto con las condiciones económicas subyacentes, es percibido por sus habitantes como algo que no es deseable para sí mismos y sus familias, por lo que deciden emigrar. No tiene sentido que en países donde el libre pensamiento ya arrinconó al fundamentalismo religioso a un lugar institucionalmente poco relevante (aunque habría mucho que matizar aquí) se permita de nuevo la penetración de la irracionalidad bajo el paraguas de multiculturalismo.

Es algo complicado, no para todos funciona la misma fórmula, pero sí se hace evidente la necesidad de fórmulas. La mía es simple: laicismo institucional y supresión de todo privilegio y atención estatal a cualquier confesión religiosa. Sometimiento a las leyes sin excepción y sin objeciones. No podemos consagrar en la Constitución la no discriminación por motivos religiosos, mantener las prerrogativas de la Iglesia Católica y no esperar que los representantes del Islam en España demanden el mismo trato.

domingo, 8 de mayo de 2011

La ética de las bombas, la tortura y la violencia

Sam Harris es un filósofo usamericano experto en neurociencia. En 2005 escribió un libro titulado El fin de la fe que le convirtió en uno de los intelectuales ateos más destacados del momento. En este libro, que acabo de terminar de leer, expone con brillantez el porqué de considerar a la fe como una de las mayores fuentes de sufrimiento en el mundo a lo largo y ancho de toda la historia. No obstante, y por insólito que parezca, no son esas consideraciones las que andan revoloteando alrededor de la cabeza de este ateo que les habla.


En el capítulo dedicado al "problema del Islam", Harris argumenta en contra de las posiciones del conocido Noam Chomsky en relación a la política exterior usamericana. Considera errónea y carente de bagaje moral la equiparación que Chomsky hace de la violencia desatada en suelo norteamericano con motivo del 11-S con la que los USA han provocado en diversos puntos del globo en su "guerra contra el terrorismo". Sostiene que "en lo que a ética se refiere, las intenciones lo son todo" (aunque también puntualiza después que no son todo lo que importa). ¿Qué significa esto? Significa que, viene a decir, existe una diferencia moral entre un bombardero que siembra de muertos y mutilados una aldea afgana en su intento de destruir una fábrica de armas talibán y un extremista islámico que secuestra dos aviones de pasajeros y los hace colisionar contra dos rascacielos atestados de personas. Dicha diferencia estribaría en que, en el primer caso, la meta de los tripulantes del bombardero no es matar inocentes, aunque está claro que los posibles daños colaterales no son un motivo que les retraiga. Tienen un objetivo y su misión es destruirlo, y si la fábrica de armamento estuviera en mitad del desierto, sin civiles en kilómetros a la redonda, pulverizarla seguiría siendo su único propósito. En el caso de la yihad perpetrada por fundamentalistas islámicos, los civiles son el objetivo militar y sus atentados están orientados a producir el mayor número de víctimas posibles, sin discriminar entre civiles y no civiles.


Harris continúa su argumentación recurriendo a un sistema de diferenciación de valores que denomina "el arma perfecta". Con este arma imaginaria, uno puede alcanzar sus objetivos militares con precisión quirúrgica relegando al olvido a los funestos daños colaterales que tanto nos impresionan. Imaginemos al gobierno de George W. Bush en poder de un arma así, capaz de partir por la mitad a Osama Bin Laden, ahora que está de actualidad, sin que nadie más salga herido. ¿Le creen capaz, por muy mal que nos caiga el personaje, de utilizarla para otra cosa que no sea eliminar escrupulosamente a su objetivo militar? Se hace difícil creerlo. Ahora imaginemos esa super arma en poder de Al Qaeda. ¿Qué uso podemos suponer que harían de ella si sabemos que, en su caso, el objetivo militar es la población civil? ¿Bush/Obama y Bin Laden la emplearían de la misma forma? Una cosa es que Bush sea un patán descerebrado más centrado en alcanzar sus objetivos que a los cadáveres que pueda dejar atrás mientras lo consigue; y otra diferente es que sea alguien capaz de ordenar un bombardeo a sabiendas de que solo morirán aldeanos indefensos. Desde una óptica ética, las intenciones cuentan si nos referimos a las personas.  ¿Podemos decir lo mismo del instigador del yihadismo responsable del 11-S, 11-M y 7-J, entre otros atentados indiscriminados? ¿El plano moral en que ambos están es, de verdad, el mismo?


Hay que subrayar que el autor de El fin de la fe no está estableciendo una diferencias tan abrumadoras que conduzcan a la santificación de unos y la diabolización de los otros. Harris se afana en recalcar los motivos por los que los USA despiertan un monumental recelo en buena parte del globo, y no elude en absoluto abordar el asunto. Hace un recordatorio de algunas de las atrocidades usamericanas más sangrantes: el exterminio de los indios nativos, la esclavitud o la matanza de My Lai en Vietnam, en la que se detiene especialmente. Lo que intenta es que sepamos distinguir entre la brutalidad que, cuando sale a la luz, supone objeto de escándalo y crítica en el país de sus perpetradores y la que es recibida con parabienes por comunidades enteras, como es en el caso musulmán. Que hay unas sociedades que no toleran esa violencia extrema y que existen otras que la amparan, y que en términos éticos, las primeras son superiores a las segundas. Que la democracia occidental, con sus pegas, es moralmente superior a los regímenes teocráticos musulmanes, y ello también se manifiesta en la forma de hacer la guerra de unos y otros. Esa es la conclusión fundamental de este conjunto de ideas.


Hacia el final del libro, su autor se adentra en el terreno de la ética en términos de felicidad y sufrimiento de forma que no deja indiferente. Nos introduce en vericuetos aún más controvertidos cuando se atreve a plantear si puede haber circunstancias en que la tortura puede revelarse aceptable, incluso ética. No es un planteamiento nuevo imaginar a un sospechoso de terrorismo poseedor de una información acerca del lugar donde se cometerá el próximo atentado. Torturarte hasta revelar la información clave puede ser la única vía de salvación de las potenciales víctimas. Harris considera, posicionándose en un punto de vista muy local (de los USA), que si aceptamos las bajas colaterales en una campaña bélica [como las aceptamos en conflictos en los que, objetivamente, la intervención usamericana y de la OTAN redujo su extensión en el tiempo, como fueron los de Bosnia y Kosovo] no hay obstáculo moral en aceptar la tortura ya que, en ambos casos, lo que se persigue es un bien más elevado. ¿Qué es más malévolo, se pregunta, someter al sospechoso a un sufrimiento contrario a nuestra ética para extraerle la información o no hacerlo y esperar resignados a que una cantidad indeterminada de hombres, mujeres y niños perezcan horriblemente entre fuego y escombros? ¿Cual es la opción más defendible desde una vertiente moral? Esta pregunta es una patada en los bajos de las mentalidades europeas, poco acostumbradas a debates de semejante enjundia. Curiosamente, y a pesar de todo lo anteriormente argumentado, Harris admite que la práctica de la tortura le sigue pareciendo inaceptable en términos éticos. Es solo bajo la aceptación de un marco muy concreto, como sería la guerra contra el terrorismo emprendida por su país contra Al Qaeda, que se puede contemplar la tortura como una práctica no solo aceptable, sino necesaria.


Me he limitado a poco más que resumir los conceptos esenciales que Sam Harris transmite en El fin de la fe relativos a la ética de la violencia, sin entrar en mayores valoraciones. Ahora bien, ¿qué encontramos entre sus argumentos que pueda ser objetable, dado lo polémico de sus asertos? Sin duda, lo peor a lo que nos puede llevar la diferenciación moral que estipula es convertir las maniobras de uno de los actores en genuinamente morales, abriendo así la puerta a la comisión de los peores excesos una vez que se le ha proporcionado la coartada de la moralidad. Harris se apunta a lo que muchos estiman (recordemos que su libro fue publicado hace seis años) que es una guerra no declarada entre Occidente y el mundo musulmán. Y no veo esa guerra, no la percibo como algo ni tácito ni explícito. Estoy dispuesto a denominar guerra a lo que los USA mantienen con el movimiento yihadista después del 11-S, en cuyo contexto podríamos encuadrar la reciente operación para eliminar a Bin Laden, pero ampliarlo a la totalidad del universo islámico no es algo que los datos recabados sobre el terreno nos puedan confirmar. Eso sí, vender la idea de estar atravesando por un conflicto bélico ayuda a que las dudas sobre todo lo aquí esbozado se disipen con mayor rapidez y en una dirección concreta.


Admitamos, sin embargo, que este debate tiene un calado lo suficientemente profundo como para ser planteado, y que ello no transforma en monstruos a quienes defienden ponerlo sobre el tapete. La violencia siempre es un recurso indeseado, pero no por ello deja de ser a veces necesario. Más arriba mencioné Bosnia y Kosovo. ¿Podemos o no aseverar que las intervenciones de las fuerzas aliadas en esos lugares ayudaron a reducir el sufrimiento de la población civil? Solo pondré un ejemplo: tras la matanza del mercado de Sarajevo en 1995, la aviación de la OTAN entró en acción contra las fuerzas serbias; el resultado fue que el consecuente desequilibrio militar en favor de las tropas bosnio-croatas condujo en pocos meses a la firma de los acuerdos de Dayton, concluyendo así el sitio de la ciudad bosnia que duraba desde 1992. ¿Fue o no determinante la intervención aliada para frenar la guerra? Harris también arremete contra el movimiento pacifista, ese que rechaza cualquier estrategia que pase por el empleo de la fuerza, al que tilda de intrínsecamente inmoral. Su argumento es que el pacifismo dejaría el mundo tranquilamente en manos de los más salvajes, y que es insostenible en la práctica. Retrata su postura con una frase: "cuando tu enemigo no tiene escrúpulos, tus propios escrúpulos se convierten en un arma en sus manos".


Como dije, no estamos en el viejo continente habituados a cuestionarnos según que cosas. Especialmente la Europa progresista no parece capaz de hacerlo abiertamente, aunque luego sus gobiernos acaben participando de esa lógica. A veces es duro ser tan pragmático, pero hay ocasiones en que las alternativas no son mejores. Quizá haya que formar parte de un país forjado a golpe de revolver y de ley del Talión para entenderlo.

miércoles, 5 de enero de 2011

El islam como mal global

Se acaba de publicar un libro sobre el islam titulado "La quinta invasión. 711-2011" que, al parecer, convierte a esta confesión en el nuevo cáncer global. Está escrito por José Donís Catalá, comentarista de Desiertos Lejanos y propietario de la bitácora Políticamente Acorrecto. Este post surge del foro de la página citada, en el que la presentación de su libro ha suscitado reacciones que quizá el autor no preveía. En sus páginas viene a decir que el islam es malo de por sí, perverso y dañido de forma intrínseca y que el deber de toda persona decente es combatirlo en la medida que pueda. Desecha el concepto de "islam moderado" el cual, dice, no existe y afirma algo tan radical como que toda actitud que no sea acatar los dictados de libro en toda su magnitud convierte a quien caiga en tan deplorable comportamiento en cómplice de cualquier crimen perpetrado en nombre del islam.

Aclaro que esta entrada parte del foro y se documenta únicamente en él, ya que como digo no he leído el libro.

Empiezo afirmando que el gran problema de Donís es la manera de plantear las cosas, la cual tiene mucho que ver con la forma en que percibe el mundo. Si tu percepción del mundo es rígida y cuadriculada entonces tus planteamientos sobre este o aquel tema normalmente también lo serán. Donís tiene unas convicciones, arraigadas, firmes, y todo debate planteado por él se aferra a dichas convicciones. Dibuja una realidad acorde con su forma de ver las cosas, la sitúa como marco fundamental sobre el que iniciar el debate y, a partir de ahí pontifica sobre ello. Lo suyo no son ideas expuestas sobre las que trazar un intercambio de ideas plural, son sentencias que has de aceptar sin rechistar.Obedece o serás marcado como cómplide de asesinos. Todo esto lo ilustra un término que utiliza y que presume haber creado, dihmmi, para definir al occidental víctima de una especie de síndrome de Estocolmo islamista. Es ilustrativo porque un lector ocasional que entre a medio debate y vea la palabreja se sentirá confuso al ignorar su significado, pero a Donís le da igual, porque él se entiende, sabe de qué va su particular terminología y su percepción es la única que le vale, la de los demás no cuenta. Autismo ideológico lo podríamos llamar.

Mención aparte merece esa acusación, abierta, descarada, violenta y totalitaria, plenamente fascista, que Donís realiza de quien ose no arrodillarse ante sus postulados: todos son cómplices de los torturadores que perpetran atrocidades en las teocracias musulmanas. No tengo ninguna necesidad de justificarme ante quien vomita semejante disparate, propia de un fanático mesiánico que considera sus opiniones como la verdad revelada que nos ha de iluminar a nosotros, pobres tontos ignorantes. Tengo muy clara mi postura hacia esos países, hacia el islam en general y hacias las personas que profesan la religión musulmana. Ningún paranoico me hará sentir que debo justificarme por no compartir sus excesos, ni me hará entrar en su dinámica enfermiza. Vuelvo a eso de los dhimmis, una forma más de señalar con el dedo al discrepante, de convertirlo en enemigo, quien sabe si algún día también en objetivo. Si a Donís le encanta soñar con futuros horripilantes, ¿por qué no puedo hacerlo yo?

Sobre el propio libro no puedo decir mucho ya que ni lo he leído ni lo leeré. No solo considero mi tiempo valioso sino que mi dinero, que tanto me cuesta ganar cada mes, merece un destino mejor. Solo diré, con arreglo a lo leído en el foro, que eso de que el islam persigue convertirnos a todos en jihadistas y que las mujeres vistan burka se cae por su propio peso. Me dan igual todas las fatwas que cite, todas las denuncias que traiga, todos los entrecomillados que nos muestre. La realidad de millones de turistas occidentales visitando el mundo musulmán y volviendo a sus casas sin mayor problema, incluso contentos por la experiencia, me dice justo lo contrario; o la de millones de inmigrantes musulmanes viviendo y trabajando honradamente en Occidente; o la de intercambios comerciales estables y normales entre países musulmanes y occidentales. Me dice que que tal circunstancia no sería posible en un mundo como el que Donís nos muestra, con todo el islam volcado en contra de Occidente, así que debe ser que lo que nos ofrece Donís en falso, mercancía averiada, los delirios de un... que cada uno elija el calificativoEsto es lo que digo y al decirlo no estoy diciendo ninguna otra cosa, ni asumiento nada que otros me quieran encasquetar. Y quien lo haga, que lo demuestre o estará sencillamente mintiendo.

Es humano que las críticas adversas sienten mal, pero ello no justifica luego un feroz ataque de victimismo. No es de recibo pretender que uno es objeto de persecución después de declarar que se considera continuador de un modelo ciudadano que tiene en la persecución su fin último, cuando se escribe un libro con el único objeto de criminalizar a toda una comunidad de millones de seres. Es impropio de personas decentes tildar de cómplices de asesinos a quienes simplemente observan alternativas de pensamiento diferentes a las que usa Donís. Quizá lo que deja traslucir todo esto no es más que el miedo a perder la hegemonía, a dejar de ser preponderante, a que una fe rival coma terreno a la fe propia.

A mí no me gusta el islam como no me gusta el cristianismo ni el judaísmo, tres ramas del mismo árbol. Ningún sistema de valores que está basado en la creencia ciega tendrá jamás mi respeto intelectual. Luego están las personas, que son las que han conseguido moderar el cristianismo hasta abandonar su barbarie. Una barbarie que no está tan lejana como se nos quiere hacer pensar, sino tan cercana en el tiempo como el asesinato en los USA de un médico abortista en 2009, como la guerra entre comunidades de fuerte componente religioso en la antigua Yugoslavia, las matanzas en Ruanda hace menos de 15 años alentadas desde las instutituciones católicas ruandesas, los discursos de Hitler arengando a las masas con proclamas filocristianas con la eficacia de todos conocida, los campos de exterminio como el croata de Jasenovac, dirigido por los ultracatólicos ustashilas matanzas de refugiados palestinos en Sabra y Chatila a manos de milicianos cristianos libaneses bajo la protección de Israel, o ese fraude llamado Teresa de Calcuta arrodillándose ante la tumba del dictador albanés Enver Hoxa, alabando al dictador asesino haitiano Jean Claude Duvalier o permitiendo la muerte por inasistencia médica (¿eutanasia pasiva?) de sus asilados en India mientras su orden de monjas recibe millones de dólares en donaciones. Hablamos del siglo XX, incluso de sus postrimerías.

Sobre todo eso y más calla Donís, los malos son los otros, todos ellos. La vieja táctica goebbelsiana de agrupar al enemigo bajo una única denominación. Así a las mentes simples, vulnerables a los mensajes que buscan una reacción rápida y visceral, les cuesta menos identificarlo, no sea que la diversidad de opciones les obligue a emitir juicios diferentes y se hagan preguntas que hagan peligrar la implantación del mensaje único en sus cerebros. Te niegan la diversidad para que no puedas emitir una opinión diversa.

Por supuesto no voy a a negar que hoy día el islam es una fuente de muerte, violencia y extremismo mucho peor de lo que pueda resultar cualquiera de las sectas cristianas. Para poner freno a eso en las ¿democracias? occidentales se tienen las leyes, los códigos penales y la voluntad de hacerlos cumplir, cosa que no siempre se da. Siempre dije que el laicismo institucional nos hubiera vacunado desde hace tiempo contra las veleidades oscurantistas, pero el poder la la iglesia católica ha sido demasiado fuerte, y solo ahora empezamos a sacudirnos una pizca de su influencia. Y todavía hay quien intenta que en el texto de la constitución europea figure una mención a las raíces cristianas de Europa... ¡Si el mayor aval para la penetración del islam en España es la iglesia católica y su empeño en contar con privilegios por parte del estado! ¿Cómo vamos a ir de demócratas si negamos a musulmanes lo que regalamos a católicos?

Recuperándo el hilo, ocurre que el islam siembra la muerte también entre los propios musulmanes. Los ataques a cristianos son algo relativamente nuevo, demasiado para marcar tendencia y, de momento, poco relevante en términos de fenómeno global aunque no por ello menos abominable. Por lo general la violencia islamista se ceba contra sus propios súbditos, en atentados indiscriminados en Irak, Indonesia, Afganistán, Sudán, Argelia, Somalia... Son lugares plagados de ciudadanos musulmanes que mueren por el simple hecho de caminar por la calle en en lugar y momento inapropiados, lo cual no cuadra ese estereotipo que vende una guerra entre el islam y Occidente.

Igual que se interpreta el cristianismo, y sus mejores interpretaciones lo han alejado en gran medida del medievalismo más retrógrado, también se puede interpretar el islam en otra clave que no sea la fundamentalista. No hay un islam moderado en la medida en que no hay un cristianismo o un judaísmo moderado. Los que pueden moderarse son las personas, y con ellas sus actos, estén o no guiados por un libro que consideren más o menos sagrado. Otra cosa es que las élites que copan el poder en el mundo musulmán sean tan fanáticos que no contemplen otra forma de leer el corán, o que piensen que una interpretación radical sirva más a sus intereses que una moderada. No hace tanto en España profesar la ideología "errónea" te condenaba al ostracismo, cuando no hacía peligrar tu vida. Quizá el mundo musulmán aún no está maduro para dar paso al libre pensamiento, y no dudo que un sector del islam representa un peligro de muerte para sus críticos, pero libros como el de Donís no hacen más que avivar la llama del enfrentamiento, contemplando por omisión la confrontación como única alternativa para los que intentan truncar los extremos más afilados del islam. No por no simpatizar con el islam, que está en su derecho, sino por tergiversar, manipular y vender una realidad a medida de sus prejuicios y no como resultado de un análisis riguroso y sosegado.

El mal no es el islam, lo es la religión, y la religión es obra del hombre, ergo el hombre es la causa del mal. No creo en absoluto que un Occidente dominado por el pensamiento de José Donís fuera a ser un occidente más seguro, justo y libre. ¿Gobernados por personas con la absoluta seguridad de poseer la razón y demonizando a quien ose cuestionarles? Ya hemos visto esa película y sabemos como acaba.

lunes, 5 de abril de 2010

Los culpables de los atentados terroristas son sus autores

Sigo viendo en la red comentarios que responsabilizan a José María Aznar del 11-M. Le llaman criminal y asesino, aludiendo tanto a la matanza de Atocha como a las miles de víctimas civiles que la invasión aliada desató en Irak. Tales conclusiones me parecen desmesuradas, simplistas y entradas de lleno en el sectarismo más ciego. Aznar no es ningún santo de mi devoción, nada más lejos de la realidad, pero ello no me lleva a culparle de hechos de los que no tiene responsabilidad directa.

Uno de los aspectos que más perplejo me dejan es que esas terribles acusaciones parten de un sector social con escasa tendencia a aplicar ese mismo rasero a su espectro ideológico. Ese discurso es el mismo que convertiría a Zapatero en
responsable de la muerte tanto de soldados españoles en Afganistán como de civiles afganos. O de cualquier otra eventual acción perpetrada por el yihadismo radical en suelo español, desde el momento es que los integristas exigieron la salida de fuerzas aliadas de aquel país. ¿Están quienes se ceban con Aznar dispuestos a firmar semejante cosa?

No perdamos la perspectiva.
Los atentados sólo tienen unos culpables, y son sus autores. Luego podemos entrar en análisis acerca de las circunstancias y los contextos para entender, que no justificar, los actos terroristas. Pero no con el objetivo de culpar,
 llevados por nuestros prejuicios, a quien no ha puesto las bombas. No olvidemos que ese juego malabar convierte al 11-M, además, en una respuesta legítima del castigado pueblo musulmán en Oriente Medio. Pero no del ciudadano medio que sufre los rigores de la guerra, sino de las fanatizadas castas que posibilitan la pervivencia allí de teocracias medievales que agreden a diario las libertades más básicas. Y a los perpetradores de la masacre en representantes igualmente legítimos de millones de personas que, en modo alguno, les han designado para encarnar su pensamiento por el mundo.

Otro caso que me viene a la mente es el del
atentado de ETA contra el Hipercor de Barcelona en 1987. Pese a que fue reconocida judicialmente la deficiente actuación policial, nada de aquella masacre se hubiera producido de no ser por la intención criminal de la banda terrorista vasca. El imprevisto, la negligencia y el error son supuestos que planean sobre cada acción humana y su presencia en nada resta tinte criminal a los execrables actos terroristas. Hay que huir del trincherismo y evitar caer en esa trampa sólo porque con ello sentimos acreditadas nuestras posturas previas.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Islam, política y populismo

Estamos pasando por una crisis a escala mundial, y España la está sufriendo con mayor dureza que ningún otro país de su entorno. Históricamente, épocas como la que atravesamos son propicias para el nacimiento de iniciativas que, al amparo de la necesidad popular de ver luz al final del tunel, aprovechan la situación para intentar hacerse un hueco entre los más castigados, presentándose como asidero al que aferrarse, si no material sí moral, en busca de esperanza. El nacimiento del PRUNE, el primer partido político de ámbito nacional de corte musulmán, ha de ser considerado una mala noticia. Y lo digo porque afirmar, como hace su portavoz, que valores como justicia, igualdad, solidaridad y libertad manan del Islam es, aparte de falso, peligroso. Tan falso y peligroso como que brotan de las fuentes del cristianismo, vaya.

Es falso porque la historia acredita la existencia de civilizaciones con valores morales previas al inicio de la tradición judeo-cristiano-musulmana, así como la existencia de un ateismo sobradamente cargado de ética; y es peligroso porque se asocian valores escasamente repudiables, asumibles por todos, a un credo concreto que, en este caso, marca la pauta en algunos de los paises donde más se atenta contra esos mismos valores. Un comienzo como éste es toda una declaración de intenciones, que, como no puede esperarse de una opción abiertamente confesional, es la de adoctrinar e imbuir a quien entre en su ámbito de captación de una moral adecuada con la que encauzar su vida. Todo ello bajo el bonito eslogan de pelear por los derechos de las minorías.

Que las minorías necesitan quien las defienda no es algo que vaya a poner en duda. Tampoco que la política española no esté necesitada de savia nueva que ayude a regenerar un panorama cada vez más tiznado de mezquindades y corruptelas, elevando cada día los niveles de desconfianza ciudadana en las instituciones. Pero refugiarse en la religión no puede ser la salida de personas que cotidianamente tienen en la razón y el sentido común el origen de la práctica totalidad de sus actos. Sabido es que las épocas de crisis, repito, suelen ser caldo de cultivo de movimientos populistas de la más diversa índole, algunos de los cuales han llevado al mundo a alguno de sus peores momentos. La comunidad inmigrante, especialmente golpeada por el paro galopante que padecemos en España, con la situación de marginalidad y exclusión social que genera, puede ser víctima propiciatoria de alguno de esos movimientos. Permanezcamos atentos a ello.

Cine de 2021 que ha pasado por estos ojos

A continuación dejo un listado de las películas de 2021 que han visto estos ojitos, junto con un enlace a la reseña que dejé en Filmaffinity...