Es cierto, España debe muchísimo dinero, dinero que pidieron prestado sus gestores políticos, sus empresas, sus bancos… Gastamos durante los años de la supuesta bonanza económica una pasta que no teníamos porque nos la prestaban, y pensamos que sería así ad infinitum, una rueda de giro eterno, una especie de máquina de movimiento perpetuo. Contraimos enormes deudas y para pagarlas pedimos más dinero prestado, endeudándonos todavía más. Cuando pasó lo de las hipotecas subprime el proceso se quebró, la máquina dejó de funcionar y el dinero dejó de fluir. Pero las deudas seguían ahí y los acreedores esperaban su dinero más que nunca. Los bancos, con sus productos basura, precipitaron todo, sí, pero también fue culpa de los que se endeudaron para hacer sus megaproyectos populistas, para pagar sus bonus o sus indemnizaciones millonarias. Incluso de quien suscribía una hipoteca a 50 años al amparo de la burbuja inmobiliaria.
En cualquier caso la responsabilidad es compartida. Por eso no es justo que solo el eslabón más débil de la cadena sea el que sufra el reajuste. Muchos ciudadanos, muchas familias, lo están padeciendo en sus carnes, quedándose sin empleo, sin proyecto vital, sin futuro. Ahora también sin unos servicios públicos que antes les garantizaban una atención cuando menos digna. No digo que no se puedan realizar ajustes para optimizar el gasto. Es más, estoy seguro que es posible y deseable, pero ello solo constataría la incapacidad y el desinterés de quien no los ha hecho mientras ha gobernado y en un momento económicamente viable. Su ineptitud previa hace que ahora el impacto de los recortes en la sociedad sea mucho mayor. ¿Quién le hace pagar por ello?
Hay que aceptar que los ciudadanos tenemos un porcentaje de responsabilidad en lo que nos está pasando. Por acción y por omisión. Muchos ya están pagando por su inconsciencia pero hay otros que, sin comerlo ni beberlo, se han visto igualmente perjudicados. Lo que me parece socialmente insano es persistir en la indolencia, en la no implicación, en continuar funcionando al margen de la ruina que se cierne sobre nosotros solo porque aún no nos golpean los cascotes. Nuestra pereza nos convierte en cómplices, en partícipes del asalto a que estamos siendo sometidos.
Admitamos nuestros errores como ciudadanos maduros y paguemos por ello, pero ¿cuándo va a pagar la clase política, la misma que rechaza reducir sus privilegios? ¿Quién le va a hacer pagar a la banca, un sumidero de ayudas estatales? Si cada estamento responsable no asume en la práctica su fracción de responsabilidad el sistema quedará definitivamente deslegitimado para exigir el cumplimiento de sus normas y, ante la deshonradez y la impunidad imperantes, se abrirá la veda. Que haya quien decida que solo cumple sus propias reglas, aunque supongan una agresión contra las que el sistema trata de imponer, será solo cuestión de tiempo.
En cualquier caso la responsabilidad es compartida. Por eso no es justo que solo el eslabón más débil de la cadena sea el que sufra el reajuste. Muchos ciudadanos, muchas familias, lo están padeciendo en sus carnes, quedándose sin empleo, sin proyecto vital, sin futuro. Ahora también sin unos servicios públicos que antes les garantizaban una atención cuando menos digna. No digo que no se puedan realizar ajustes para optimizar el gasto. Es más, estoy seguro que es posible y deseable, pero ello solo constataría la incapacidad y el desinterés de quien no los ha hecho mientras ha gobernado y en un momento económicamente viable. Su ineptitud previa hace que ahora el impacto de los recortes en la sociedad sea mucho mayor. ¿Quién le hace pagar por ello?
Hay que aceptar que los ciudadanos tenemos un porcentaje de responsabilidad en lo que nos está pasando. Por acción y por omisión. Muchos ya están pagando por su inconsciencia pero hay otros que, sin comerlo ni beberlo, se han visto igualmente perjudicados. Lo que me parece socialmente insano es persistir en la indolencia, en la no implicación, en continuar funcionando al margen de la ruina que se cierne sobre nosotros solo porque aún no nos golpean los cascotes. Nuestra pereza nos convierte en cómplices, en partícipes del asalto a que estamos siendo sometidos.
Admitamos nuestros errores como ciudadanos maduros y paguemos por ello, pero ¿cuándo va a pagar la clase política, la misma que rechaza reducir sus privilegios? ¿Quién le va a hacer pagar a la banca, un sumidero de ayudas estatales? Si cada estamento responsable no asume en la práctica su fracción de responsabilidad el sistema quedará definitivamente deslegitimado para exigir el cumplimiento de sus normas y, ante la deshonradez y la impunidad imperantes, se abrirá la veda. Que haya quien decida que solo cumple sus propias reglas, aunque supongan una agresión contra las que el sistema trata de imponer, será solo cuestión de tiempo.
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