viernes, 13 de abril de 2012

Lo que la corrección política impide decir de la afición a los toros

La cuestión taurina es otra de esas patatas calientes que provocan encendidas polémicas y enconamiento de posturas. No pretendo con esta entrada contribuir a la moderación del debate; es más un desahogo, un poner sobre la mesa determinados argumentos que la corrección política impide que sean manejados con asiduidad. No son nuevos, y es probable que ya estén en la mente de muchos detractores del toreo, pero recogerlos a modo de decálogo puede servir para darles fuerza y conferirles la legitimidad moral e intelectual que no pocos les quieren negar.

1) Al protaurino se la repanfinfla que el torero muera en la plaza. Los hay hasta que asisten para ver “si le coge” atraidos por el morbo de la sangre. Que un matador caiga en la plaza es un hecho estadístico y cada cierto tiempo se produce. Tal circunstancia no parece influir ni un ápice en la pasión del aficionado.

2) Entroncando con lo anterior, el protaurino está muy lejos de ser defensor de la vida, no ya animal sino humana. De lo contrario no antepondrían su diversion y disfrute ante una eventual cogida mortal en la plaza. Le merece la pena una muerte a cambio de 200 corridas, o 500 o mil con ninguna.

3) El espectáculo taurino se basa en la muerte. Para el protaurino, sin muerte no hay fiesta ni arte. Jamás se ha planteado seriamente aplicar en España la fórmula portuguesa de corridas incruentas. La muerte del toro es imprescindible para culminar la liturgia.

4) El toreo insensibiliza frente a la violencia y la banaliza, algo especialmente contraindicado en el caso de los niños. Es de sentido común que si alquien, cuyo perfil psicológico aún se está moldeando, aprende que torturar, vejar y matar a un ser vivo por puro divertimento es aceptable e incluso motivo de celebración sufrirá la deformación de su percepción del sufrimiento ajeno, y su capacidad para sentir empatía será menor. Ante semejante evidencia, mil veces prefiero que mi vida o mi integridad física dependa de un antitaurino que de un protaurino. El toreo niega una de las principales características que nos hace humanos y nos diferencia de los animales: empatizar con el débil o, en este caso, el inferior. La tauromaquia bestializa.

5) El toreo no es cultura, no en el sentido de algo que nos enriquece y nos hace crecer como personas y entes sociales. Es un rasgo cultural en tanto costumbre arraigada y compartida ampliamente en un territorio dado, pero no lleva la moralidad ni el conocimiento implícitos en aquello que nos define como cultos. El toreo es cultura en el mismo sentido que lo es la lapidación en Irán o la mutilación genital en Somalia.

6) El toreo suele florecer en ambientes iletrados y donde la cultura y la formación intelectual brillan por su ausencia o apenas se perciben. Que Hemingway u otras reconocidas personalidades culturales de ayer y de hoy se rindieran ante la práctica taurina es algo ajeno y no refuta este argumento. Se cuentan con los dedos de la mano los toreros con cierta formación académica.

7) El argumento del valor es más falso que Judas. Al menos tanto como el de quien juega a la ruleta rusa o salta la vía al paso del tren. En ambos caso solemos hablar de inconscientes o de gilipollas. Hablé largamente de ello en esta otra entrada.

8) Muchos se aferran al toreo como una cuestión político-identitaria, en respuesta a lo que juzgan como ataques de los nacionalismos periféricos contra su identidad cultural o agresiones provenientes de otros países. Responden así con una contradosis de nacionalismo, en este caso españolista, tan rancio o más que el que quieren contrarrestar, y que pretenden asumido por todos, nos guste o no.

9) Apelar a la tradición es una solemne estupidez. La esclavitud, el machismo, la pena de muerte o el derecho de pernada se podrían justificar también en base a la tradición. De hecho, ayer escuché por TV cómo el presidente del Congreso, Jesús Posada, invocaba la sacrosanta tradición para justificar los 82.000 euros que a todos nos costará el retrato de su antecesor en el cargo, José Bono.

10) Es posible que decir estas cosas en voz alta cierre en banda aún más a los protaurinos en lugar de hacerles reflexionar acerca de si quizás, solo quizás, hay algo de razón en alguno de los puntos expuestos. Tal suele ser su cerrazón.

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