Acabo de terminar la novela de ciencia-fición Pórtico, de Frederick Pohl, considerada una de las más importantes dentro del mundillo sci-fi. Y la verdad es que ha colmado mis espectativas.
La trama tiene como telón de fondo un futuro en el que ya se colonizan otros planetas, y el detonante de la acción es el descubrimiento de unos importantes restos pertenecientes a una avanzada civilización extraterrestre. Tan importantes como naves espaciales listas para ser utilizadas, pero que ya tienen prefijado su rumbo sin que haya humano que sea capaz de revertirlo o alterarlo levemente.
Lógicamente, es un descubrimiento mayúsculo al que una gigantesca corporación no tarda en sacar rédito. Se monta todo un negocio alrededor de Pórtico (un asteroide que orbita alrededor de Venus, lugar del hallazgo) con la promesa de cuantiosos beneficios económicos para el que consiga regresar de uno de los viajes que las naves tienen programados con algo de valor. El problema es que estos viajes son un cara o cuz. Los terrícolas solo saben accionar el despegue, pero poco más, y hay tantas posibilidades de volver como de quedarse en el camino. Es todo un reto a lo desconocido.
Sin embargo, el nivel de vida en la Tierra es tan precario que, para muchos, incluso una apuesta tan arriesgada es preferible a permanecer en unas condiciones de existencia que distan mucho de ser dignas. Y es aquí donde la novela de Pohl trasciende de lo puramente fantástico para entrar en la crítica social y someter a un feroz análisis a esa (ésta) sociedad de los avances tecnológicos, donde importa más un simple objeto (o, a veces, la simple posibilidad de descubrirlo) al que tan solo se le supone valor a priori, que la calidad de vida de millones. Es cierto que los navegantes se ofrecen voluntarios, pero la inexistencia de alternativas viables, dignas, les empuja a jugarse el pellejo en un viaje que, saben, puede no tener retorno, pero que para ellos es la oportunidad de dar un giro radical a sus, hasta el momento, miserables vidas.
Y el entramado social que lo ha propiciado todo ve libre de culpa su conciencia con la coartada del acto consciente y voluntario que supone el embarque de cada tripulante. Así, todos los cabos quedan atados y el sistema no es puesto en entredicho.
Espero que no hagan una película y la pifien como con Solaris.
Yo lo terminé ayer y me parece una lectura imprescindible.
ResponderEliminarSaludos.
[w]