Unas vacaciones alejado de los ordenadores dan para mucho, y a mí me han dado tiempo para terminar uno de los libros más estimulantes que jamás han caído en mis manos. Se trata de El espejismo de Dios, del biólogo británico Richard Dawkins, una lectura altamente recomendable para todo aquel que se autodefina como ateo y que sienta algún reparo en manifestarlo abiertamente, o para todo agnóstico que quiera ver resueltas sus dudas de una forma plausible, razonada y, sobre todo, científica.
Porque Dawkins es ante todo científico, alguien que está dispuesto a renunciar a sus creencias si se descubren evidencias de que son falsas, pero siempre con la ciencia por delante. Al contrario que los teóricos de la fe, que sólo se encomiendan a eso, la fe.En El espejismo de Dios el autor analiza la inexistencia del Creador desde un prisma científico y lo contrapone a la total ausencia de racionalidad en la religión. No hay nada, absolutamente nada que avale la existencia de una entidad sobrenatural que controle desde la rotación de los planetas hasta la caída de una hoja en el parque de al lado. ¿Por qué entonces la fe religiosa está tan implantada, tiene tango arraigo? Dawkins, biólogo evolucionista, apunta razones antropológicas y psicológicas; para él la selección natural darwinista es la clave de todo desarrollo vital en nuestro planeta. Frente a ello, los teístas, personificados en los últimos tiempos en el movimiento creacionista o del diseño inteligente, no tienen ninguna evidencia que ofrecer, nada material que sustente sus axiomas. Dawkins reseña algunos argumentos para creer en Dios dados a lo largo de la historia y los desarbola uno por uno sin piedad.
Particularmente llamativo es el capitulo dedicado a la improbabilidad estadística de que un organismo viviente se desarrollara espontáneamente. Los creacionistas aluden a que seres tan complejos como los que pueblan la Tierra no pueden haber nacido de la nada, tienen que haber sido diseñados. Pero, tal y como subraya Dawkins, tal afirmación no es una solución sino una gigantesca dilatación del problema. Si es estadísticamente improbable el nacimiento espontáneo de la vida no diseñada, ¿cuán improbable es, pues, la aparición de un diseñador, por fuerza, órdenes de magnitud más complejo que sus creaciones? ¿Quién diseñó al diseñador? ¿Y al diseñador del diseñador? Y así ad infinitum... Además, Dawkins hace hincapié en que la alternativa al diseño inteligente no es la casualidad, sino la selección natural, la alternativa más fiable, ponderada, demostrada y lógica de todas las contempladas hasta la fecha. El creacionismo, sencillamente, no tiene ningún argumento racional en el que sustentarse.
La genética y la cosmología también tienen su espacio. Sin duda, ocupan las páginas más abruptas y densas del libro pero no por ello dejan de ser menos indispensables para dar una explicación científica a la inexistencia de Dios. No se trata de creer a pies juntillas lo que Dawkins nos cuenta, sólo hay que leer y estimar si los argumentos que ofrece se ajustan a la lógica racional por la que se conduce el mundo y, tras ello, preguntarse por qué para juzgar la religión hay que abandonar esos términos.
De impagable cabe calificar el capítulo dedicado a las sagradas escrituras, donde se pone de manifiesto el carácter criminal, malévolo y vengativo del Dios del Antiguo Testamento, cuya moral hoy sería objeto de persecución en cualquier parte del mundo civilizado a tenor de los numerosos episodios de asesinato, violación, pedofilia o misoginia descritos en sus páginas. Dawkins admite que todo es metafórico, que no hay que tomárselo al pie de la letra, pero ocurre que La Biblia sigue siendo un libro sagrado para el cristianismo oficialista y, en lugar de obtener la misma consideración que las sagas vikingas o la mitología griega, continúa recibiendo tratamiento preferente en la doctrina cristiana.
Dawkins arremete sobre todo contra el cristianismo ya que es la religión mayoritaria de la zona del mundo donde vive, pero no deja títere con cabeza tampoco en sus referencias al Islam. Los protestantes estadounidenses también son objeto de buena parte de sus puyas dado el creciente poder que vienen adquiriendo en determinadas esferas de influencia y su recalcitrante consevadurismo, rayano en un peligroso fanatismo.
En lo personal, El espejismo de Dios me ha sorprendido por la facilidad con la que Dawkins pone palabras de forma coherente y ordenada a pensamientos que yo he tenido en más de una ocasión pero que no he sabido cómo expresar. Me ha reafirmado en mi condición de ateo (nada de agnóstico) y me ha hecho sentirme orgulloso por ello. Fuera de la ciencia, de lo que podemos comprobar, está la superstición o, en su defecto, algo que la ciencia actual no ha podido aún demostrar. ¿Es Dios y la religión lo primero o lo segundo? Dawkins apuesta por lo primero y aporta sus razones dentro de la racionalidad humana que nos gobierna. Llevamos 2000 años esperando que los teístas aporten las suyas.
Le tengo bastantes ganas a este libro desde hace tiempo, a ver si un día me da por comprármelo. Aunque me da que me va a gustar tanto como a ti. Maldita clonación...
ResponderEliminarAh, ahora comprendo alguna cosa, querido Flashman :-)
ResponderEliminarUff... habría mucho que decir sobre lo que comentas de ese libro de Dawkins (parte de ello ya lo hemos dicho en otra parte, como sabes). La clave sigue estando en observar el terreno común (la realidad tangible) y preguntarse si abona más bien la idea de selección natural debida a azarosas mutaciones, o la de diseño inteligente.
Un saludo muy cordial.
Hay cosas que no comparto con Dawkins, como su empeño en generalizar cuando se refiere al perjuicio que reporta a las personas la religión. La religión de base (en el caso del cristianismo) creo que efectúa una labor digna de alabanza y que merece ser reconocida. Separar esa religión de la que ocupa los grandes altares me parece esencial.
ResponderEliminar(Es que los "grandes altares" son la antítesis del cristianismo... un vistazo al Nuevo Testamento basta para confirmarlo.)
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