Un saco de mierda solo puede despedir mal olor, y este es un perfecto símil para definir algunas actitudes de la Iglesia católica. El portavoz de la Conferencia Episcopal española se muestra comprensivo con los sacerdotes pederastas porque, a fin de cuentas, la carne es débil y quién no tiene pecadillos de juventud.
No debe sorprendernos a estas alturas este arrebato de cinismo. Quien más debería velar por la honestidad de su institución es quien más relativiza el mal que en su seno se produce. Pero eso sí, cuando se hace público. Porque esa es la clave, que los delitos cometidos al amparo de la sotana alcancen relevancia mediática. Ese es el acicate que les lleva a actuar, pero ni aún así son capaces de mostrar el frontal rechazo, sin medias tintas, sin átomo de ambiguedad, que produce en las personas decentes. ¿Qué no ocurriría si todas sus bajezas y abusos siguieran disfrutando del anonimato? Y luego se atreven a hablar de "relativismo moral" y "crisis de valores" refiriéndose a los demás.
Apliquemos por un momento la doctrina Martínez Camino, pongamos por caso, a los cuerpos policiales. ¿Alguien se imagina al portavoz de la policía mostrando pública comprensión hacia un agente por meter la mano en una bolsa de dinero incautada tras una operación contra el narcotráfico? ¿O tras propinarle una paliza a un detenido? ¿O después de adulterar pruebas para facilitar una condena? El escándalo sería considerable y dentro de la propia policía se depurarían responsabiliades. Pero ahí tenemos al portavoz episcopal ofreciendo su comprensión hacia quien abusa de su posición de autoridad para cometer uno de los más repugnantes crímenes que uno pueda imaginar. Como mucho, al pedófilo de turno le trasladarán de parroquia y a echar tierra sobre el asunto, como pasó con el sacerdote multipederasta irlandés Oliver O'Grady.
Cuán lejos está la mafia de la secta vaticanista de la Iglesia de base, de los auténticos cristianos. Y cuanta vergüenza deben estar sintiendo quienes de verdad se toman en serio las enseñanzas de Cristo, para mí un personaje ficticio, pero no por ello los principios fundamentales del cristianismo dejan de ser asumibles por cualquier humanista laico.
Pero no nos engañemos. No podemos extrañarnos de la desfachatez clerical cuando su propio libro de cabecera, la biblia, nunca rechazada ni desautorizada por la autoridad eclesiástica, es un compendio de los peores instintos del ser humano, donde se glorifica el genocidio, el asesinato, la pederastia o la esclavitud. Y que no me vengan con que son metáforas o alegorías, que el cura nunca hace esa distinción cuando está en el púlpito arengando a sus fieles. Ni se excusen en que son textos hijos de su tiempo, porque han tenido siglos para enmendarles la plana y eso es algo que nunca ha ocurrido. La biblia sigue siendo el manual de referencia para el buen católico vaticanista. Hoy y siempre.
Uno mira con envidia como hay lugares donde personalidades comprometidas con una visión secular de la vida salen a la palestra pública ante la visita del líder de la secta católica. El compromiso público de Richard Dawkins o Christopher Hitchens es posible en una sociedad donde lo religioso apenas tiene relevancia social como es la británica. En España, donde el peso del catolicismo ha sido impuesto durante siglos hasta inundar el inconsciente colectivo, algo así es impensable. En seguida saldrían los pit-bull de la caverna, espoleados por el principal partido de derechas, directos a su yugular, y detrás de ellos miles de acríticos seguidores deseosos de ver impuestas sus reglas de convivencia a todos los demás. Posicionarse publicamente en nuestro país contra los intereses de la secta conduce al linchamiento mediático y a no estar bien visto. Ya lo dijo Fernando Vallejo en su libro La puta de Babilonia: "España ha sido la criada mayor y la esbirra más fervorosa de la Puta". Y pese a los esfuerzos aún lo sigue siendo.
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