jueves, 28 de abril de 2011

Por qué es necesario fomentar una actitud crítica

“La fe solo es hambre, la razón es comida”. Sam Harris, El fin de la fe.
En las diferentes sociedades se encuentran enraizados distintos tipos de creencias. A los que cuentan con mayor número de seguidores se les llama religión, son objeto de privilegios institucionales e incluso hay países con una arquitectura legal y moral articulada en torno a ellos. Luego hay otros cuerpos de creencias, minoritarios, testimoniales acaso, pero determinantes a la hora de mostrar el particular esquema de pensamiento de quienes los profesan. Están muy extendidos pese a que no se visualizan en forma de conglomerados humanos con prácticas más o menos pintorescas.

Estoy hablando de los sistemas de creencias personales, que pueden tener o no que ver con las religiones institucionalizadas, pero que precisan las mismas dosis de credulidad y afán por la obtención de respuestas que cualquier doctrina basada en la fe.

Es frecuente que compartamos espacio vital con personas que creen en pseudociencias como el Reiki, la ufología, la astrología, el tarot o el Feng Shui. Hablamos de individuos que por lo demás son comunes y corrientes, nada de locos. Gente normal que no representa el menor peligro para sus convecinos ni para la sociedad en su conjunto. Aún así, no es raro que estas personas, cuando algún escéptico les señala lo irracional de sus creencias, se tomen la observación como un ataque, una ofensa o una intromisión en su esfera personal. Y acostumbren a zanjar la cuestión apelando a la libertad de cada de tener la creencia que más le guste. Quiero aportar argumentos que demuestren por qué este modo de pensar es dañino para la sociedad. Que antes o después, en uno u otro ámbito, cualquiera puede verse afectado por la extensión del pensamiento mágico e irracional y que su difusión no debe ser algo que debamos pasar por alto.


Empecemos por admitir que otorgarle credibilidad a la astrología, al tarot o a las medicinas de la nueva era no dice mucho de la capacidad crítica del creyente. Esta facultad no se ejercita sola y nuestro sistema educativo tampoco es que dedique esfuerzos desmesurados a entrenar las facultades críticas. El escepticismo no ha estado bien visto durante mucho tiempo, siendo que la influencia de la fe dogmática religiosa (la católica en el caso español, y hasta hace solo unas pocas décadas) ha amordazado durante siglos, cuando no neutralizado violenta y cruelmente, cualquier indicio de libre pensamiento. Ante semejante antecedente histórico poco podemos extrañarnos de las realidades actuales.

El influjo religioso, que tan eficazmente se implantó en nuestro país, posiblemente sea responsable de que aún perviva la tendencia a creer sin necesidad de pruebas. ¿Es cierto que esas creencias son tan inocuas como aparentan? ¿Qué nos importan a quienes no las profesamos? ¿Por qué emplear tiempo y energías en refutarlas? Porque, y que nadie dude de esto, estamos hablando de fe en tanto creer en algo sin evidencias que lo sustenten.


Directamente no es algo que afecte a un escéptico más allá de producirle una punzada de vergüenza ajena, pero indirectamente la cosa cambia. Vivimos en comunidad, y en una sociedad regida por preceptos democráticos (que se cumplen desigualmente, pero eso es otra guerra) que invita a la participación colectiva en numerosos escenarios públicos. La cuestión es que la ausencia de crítica, la asunción del pensamiento mágico como parte de un esquema de razonamiento y la no exigencia de pruebas que respalden una afirmación en asuntos tan relevantes como la salud o la moral acotan, como señalaba en el primer párrafo, toda una manera de enfrentarse a las realidades cotidianas. Resumiendo, conforman una actitud, y si no somos precavidos en campos carentes de importancia corremos más riesgo de que también nos la cuelen en otras disciplinas que sí son importantes.

Como decía, podemos encontrarnos con toda clase de gente en las más variadas circunstancias. Si alguna vez tuviera que enfrentarme al trance de ser juzgado en un tribunal, considerándome yo inocente, me ofrecería más garantías un jurado popular compuesto por ciudadanos con demostradas facultades criticas, capaces de observar las pruebas a mi favor y en mi contra con la mayor objetividad posible, que otro en el que la aceptación de supuestos basados en pruebas endebles les lleve a conclusiones taxativas. No dudo que esto sea algo deseable para una sociedad que se pretenda saludable. Desde cualquier punto de vista, es preferible que enviar a un acusado a la cárcel o mandarle a su casa esté en manos de mentes entrenadas para emitir juicios basados en evidencias y no en las acostumbradas a plegarse ante el prejuicio.

De la misma forma, el argumento sirve para otros contextos sociales de lo más prosaico. Quien más quien menos forma parte de una comunidad de vecinos, otro espacio colectivo en el que la estrechez mental puede derivar en conflictos desagradables. Que en una asociación de propietarios haya mayoría de miembros capaces de juicios ponderados y racionales, fuera del apasionamiento que conlleva la creencia, supone mayor garantía de ver reducidos los problemas que si se da la circunstancia contraria. Los consejos escolares de los centros de enseñanza, formados por profesores y padres de alumnos, son otro ejemplo de espacios donde confluyen diferentes perspectivas vitales, y que también se pueden ver beneficiados si en su seno no abunda la práctica de aceptar proposiciones no demostradas.

Pero podemos apelar a instancias más elevadas. En toda democracia cada ciudadano mayor de edad tiene derecho al voto, salvo contadas excepciones. El debate político lleva algún tiempo enfangado en una diatriba de consignas que poco se distingue de la propaganda pura y dura. Reconozcamos que alguien propenso a la creencia fácil e indemostrada está peor preparado para detectar las trampas del discurso político. Por tanto, no creo descabellado afirmar que quien es más proclive a ceder ante la tentación de la creencia se tomará los mensajes emitidos por los políticos con una actitud menos crítica y más crédula. Cuando unos resultados electorales determinan las políticas que afectarán a millones de ciudadanos, incluidos ud. y yo, resulta necesario, a mi juicio, poner este debate sobre la mesa. Ojo, no estoy instando de soslayo a retirar el derecho al voto a nadie, solo expongo lo que, en mi opinión, ocurre al prescindir de nuestras facultades críticas, y cómo puede incidir más allá del propio crédulo.



Así que no, no es solo el problema de quien decide creer majaderías. Cuando una sociedad se empobrece lo hace empezando por uno solo de sus miembros, igual que una bola de nieve gigante comienza con un solo copo.


El ser humano siempre ha necesitado de certezas para caminar por el mundo, y la creencia le proporciona esa certeza. La duda es fuente de inseguridad, es incómoda y puede conducir a la infelicidad. La creencia procura consuelo y la promesa de dominar la situación. Carl Sagan ya se refirió en su día al escepticismo como una “carga” por la cantidad de implicaciones intelectuales que trae consigo. Pensar cuesta esfuerzo, creer no cuesta nada. Cultivemos, pues, la cultura del esfuerzo.

10 comentarios:

  1. Completo post y muy interesante, aunque con ciertas dudas sobre algunas afirmaciones, donde introduces las religiones y las pseudociencias en el mismo saco y no estoy para nada de acuerdo con eso. El reiki, por ejemplo, se ha implementado en algunos hospitales porque se ha demostrado que es beneficioso para las personas que se están recuperando de cáncer, por ejemplo, de manera que se reducen los efectos secundarios de la quimio e incluso, en algunos casos, ni siquiera fue necesario aplicarla. Creo que hay terapias alternativas, como el reiki, que no hacen ningun mal y, sin embargo ("se crea en ello" o no) son beneficiosas para la persona. Sin embargo, eso no quita que esté completamente de acuerdo en la adopción de una actitud crítica y que no vale todo porque sí, los argumentos son imprescindibles.

    Para más info, te dejo un enlace de un estudio sobre reiki que se hizo en el Ramón y Cajal: http://fundacionsauce.org/estudio.pdf

    Además, hay algunos seguros médicos, como Sanitas, que también ofertan este servicio, con lo que estoy de acuerdo es con los precios, obviamente.

    ¡Saludos!

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  2. Silencio, el Reiki no es una disciplina científica ni mucho menos. Los análisis clínicos no son en absoluto concluyentes. Un problema es que se quiera obtener la aquiescencia de la comunidad científica pero luego no se quiera ser riguroso con la aplicación de su método. Te dejo este enlace por si te interesa. Saludos.

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  3. No, no, no defiendo que sea una ciencia, ni muchísimo menos. Pero obviamente, tampoco es una religión ni nada parecido. Quiero decir, es un terapia que resulta beneficiosa, bien porque serena, tranquiliza, ayuda a la meditación...
    Lo que defiendo es que no hacen ningún mal, no como la religión, que en su nombre se han hecho auténticas barbaridades.
    ¡Gracias por el enlace! Lo he leído con mucha atención.

    ¡Saludos!

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  4. Resulta bastante pobre –intelectualmente, aunque no digo que quien lo haga lo sea– mezclar magia y similares con religiones serias. Una cosa es abogar por separar el ámbito religioso del público, y yo lo defiendo. Otra, desdeñar algo fundamental para comprender el mundo como es el ámbito teológico-espiritual, se sea o no creyente. El típico progre, precisamente por desdeñarlo, acaba siendo víctima de los “creyentes” más desalmados... y poderosos, como vimos recientemente en la penosa historia de la “procesión atea”.

    Por cierto, no sé si Harris sostiene que caminamos hacia el fin de las religiones (cabría deducirlo del título de esa obra). Si así fuera, no puede estar más errado; lo que se nos viene encima es todo lo contrario, y no puedo decir que me alegre de ello.

    Sobre la frase del comienzo (“La fe solo es hambre, la razón es comida”) me recuerda otra que hace ya décadas sostenía el filósofo ateo y marxista –a la sazón– Roger Garaudy: “La sed no es prueba de la existencia de la fuente.” A lo que el gran profesor Francisco Seoane respondía: “O sí...” (ojo, evitando dogmatizar).

    Años después Garaudy se hizo creyente y parece que al fin bebió... (es musulmán desde entonces).

    Saludos cordiales.

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  5. Es que yo parto de la base de que las religiones NO son serias. Todo de lo que hablo se basa en lo mismo, la creencia sin pruebas. El punto en común en innnegable.

    No, el libro de Sam Harris no concluye que las religiones se encuentren en peligro de extinción; se centra en advertir lo que, a su juicio, ocurrirá si los seres humanos no se emplean a fondo para que, efectivamente, desaparezcan.

    “La sed no es prueba de la existencia de la fuente.” Me gusta la frase, la sed lo que prueba es la necesidad de beber, no que la fuente exista.

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  6. Amigo Flash, la pregunta sería hasta qué punto conoces a las religiones (p. ej., la judeocristiana) para negarles seriedad de manera tan rotunda (y recuerda que yo no voy de proselitista, pues no creo que la “guerra” de nuestro tiempo sea creyentes-ateos sino laicistas-antilaicistas, dándose el caso de que yo soy laicista justamente por ser creyente).

    Sobre la frase de Garaudy... hombre, lo que dices equivale a afirmar que “la sed prueba la sed”. Pero lo que planteaba Seoane, compartido hoy por Garaudy, es si el hecho de que alguien tenga sed –recordemos que el agua es imprescindible para la vida– no implicará que ha surgido en un hábitat donde el agua ya existía...

    Saludos.

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  7. La seriedad se pierde en el momento en que se cree ciegamente en una entidad celestial que escucha cada pensamiento y atiende cada súplica. Y no hablo de lo que cada uno entiende por dios, que puede ser muy personal, sino de la idea del dios clásico judeo-cristiano-islámico que ha comandado las instituciones religiosas de cada comunidad a lo largo de su historia.

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  8. ¿Y si no se trata de “creer ciegamente?

    Pero no insistiré.

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  9. Ciegamente o no, en las cosas que existen no hace falta creer.

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  10. Dos citas sobre esto. Una, de Carl Sagan: "No solo quiero creer, quiero saber". Otra, de Bertrand Russell: "Lo que se necesita no es la voluntad de creer, sino el deseo de descubrir, que es exactamente lo contrario".

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