Dredg son una banda de rock originaria de Los Gatos, California, y es de esas agrupaciones que gozan de un amplio reconocimiento en círculos underground al tiempo que apenas son conocidos por el gran público. Acaban de publicar un nuevo disco de extravagante título, Chuckles and Mr. Squeezy, con una portada no menos pintoresca, y que supone un cambio de rumbo de esos que hacen daño al aficionado que, como quien suscribe, considera algunas de sus canciones como de las más emocionantes que ha escuchado en años.
Este cuarteto norteamericano procede de la escena rock alternativa, en la que debutó allá por 1999, y pronto destacó por composiciones en las que había sensibles influencias progresivas. Desde aquel primer disco han ido fortaleciendo su prestigio con otras tres entregas recibidas con parabienes por crítica y público, forjándose una reputación de banda solvente y con una integridad a prueba de bala. Hasta ahora.
Si este nuevo disco se hubiera publicado en mitad de un parón creativo, como un recopilatorio de caras B, de rarezas o de momentos experimentales, no habría sorprendido tanto. Hubiera sido cuestión de esperar a la siguiente entrega para recuperar al los Dredg de siempre. Ahora, uno no sabe qué pensar sobre el futuro de la banda. Si la respuesta comercial es buena, puede que les hayamos perdido para la causa del rock más cerebral. No cabe duda que el giro estilístico les puede abrir más puertas, pero al coste de que los fans de siempre les den la espalda.
Es el eterno dilema de numerosas formaciones rockeras: no quieren sonar igual disco tras disco y buscan nuevos caminos, evolucionar sin perder la esencia que les dio un nombre. En el caso de Dredg y su nuevo CD, aún reconociéndoles arrojo en su propuesta y que son una de mis debilidades, no puedo dejar de admitir que han dado su primer paso atrás.
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