miércoles, 20 de noviembre de 2019

Reseña del concierto de Leprous en la sala Shoko de Madrid, 15/11/2019


En una noche en que los horarios se cumplieron al milímetro y apenas hubo esperas más allá de lo razonable, los suecos Port Noir tomaron el escenario a las siete de la tarde y comenzaron su actuación. No los conocía así que me molesté en documentarme días antes y escuchar su música para saber a qué atenerme. Se trata de un trío que practica una suerte de rock alternativo noventero con toques electrónicos, y que gastan una indumentaria acorde a la circunstancia, con sudaderas, pantalón de chándal y gorras.

Qué quieren que les diga, de los noventa lo tengo todo escuchado y esta propuesta me resulta poco atractiva. Tal vez sean parte de la avanzadilla revivalista noventera que, antes o después, se nos vendrá encima, como ya ocurrió con los ochenta, pero en mi caso ni siquiera acompaña la nostalgia de la juventud. Muy al contrario, los noventa supusieron mi paso definitivo a la edad adulta, con lo que ni siquiera puedo agarrarme a ese componente nostálgico para apreciar la música de Port Noir. Se esforzaron, gozaron de buen sonido pero sus canciones son repetitivas y su media hora de actuación se me hizo larga. Ahí lo dejo.
Tan solo cuarto de hora después teníamos delante a los alemanes The Ocean, los cuales comenzaron envueltos en una nube de humo que hacía difícil localizarlos sobre el escenario. De hecho, al batería no llegué a vislumbrarle en ningún momento. Al parecer es algo habitual en las actuaciones de esta banda, que descargó su post-metal de manera atronadora y exhibiendo esa atmósfera opresiva tan característica del género.

No obstante, su sonido fue menos pulcro que el de sus antecesores, dándose la paradoja de que los gritos con que su vocalista despacha la mayoría de sus estrofas se escucharon a menor volumen. No soy entusiasta de esta manera de cantar y por eso, aunque conocía a la banda, nunca les he prestado demasiada atención. Pero hay que admitir que en directo son arrolladores y los amantes de la música densa y pesada no lo tienen difícil para disfrutar. Además hubo una conexión muy rápida entre músicos y público, que se tradujo en un par de stage diving por parte del frontman que se resolvieron sin incidentes. Sí, podría decirse que los germanos triunfaron y se metieron al público en el bolsillo en los tres cuartos de hora que estuvieron tocando.

Y media hora después, casi a las nueve en punto ya teníamos a los cabeza de cartel sobre el escenario. El último disco de Leprous, Pitfalls supone un muy notable bajón de revoluciones, con los temas lentos y los medios tiempos tomando las riendas, y era de suponer que ello iba a determinar el desarrollo de su actuación. Hay una regla no escrita por la que una banda de rock comienza un concierto con un tema enérgico con la que poner a tono a la audiencia nada más empezar. Leprous no lo hizo así y comenzó con Below, el lento aunque poderoso corte de apertura de Pitfalls. A fin de cuentas, también es frecuente iniciar con, precisamente, la primera canción del disco a presentar. En todo caso, fue una declaración de intenciones acerca de lo que nos esperaba esta noche, y el respetable demostró que estaba mentalizado para ello coreando el estribillo. Le siguió lo más Prince que han compuesto nunca, I Lose Hope, también de su última entrega. Vale, es lo que toca y aún quedaba mucho repertorio para desmelenarse. A continuación le tocó a Foe, el tema que abre su disco de 2013, Coal. El público agradeció escuchar algo más antiguo aunque tampoco es una pieza que se llame a un headbanging masivo. En la misma línea le siguió The Flood, del disco The Congregation (2015) donde el efecto djent de la guitarra de ocho cuerdas de Tor Oddmund Suhrke marca la pauta a lo largo de toda la interpretación. Pero no fue hasta From the flame, del Malina (2015) que no detecté al público completamente conectado a lo que los noruegos estaban ofreciendo. Fue la primera canción con un estribillo más reconocible y coreable, lo que siempre es agradecido por parte del respetable, deseoso de entregarse de esa forma a sus ídolos. Es cierto que la música de Leprous no es lo convencional que uno suele esperar en un concierto de rock. Su estilo, a caballo entre el progresivo y la vanguardia, no da pie a una sucesión de piezas que enardezcan a las masas con una continuidad feroz, pero creo que aunque uno conozca sus discos aún espera que en vivo hagan la concesión de un setlist que provoque la ebullición del público durante la mayor extensión de tiempo posible.

A continuación volvió la calma con una de los cortes más delicados de su última entrega, Observe the Train, en el que el vocalista Einar Solberg mostró su faceta más sensible ocupándose de la tarea vocal y los teclados. El cantante noruego demostró solvencia en todo momento y no rehuyó ninguno de los agudos que caracterizan sus interpretaciones, ni intentó que el público los cantase por él. Hoy por hoy, es uno de los vocalistas más destacados del rock y justo es reconocérselo. Volvió a demostrarlo en los agudos de la épica Alleviate, el tema que siguió y que, con una promoción adecuada, les podría colocar como una banda de mayorías, razón por la cual muchos fans rechazan el giro melódico que los nórdicos han dado en su última obra. Con At the Bottom cometieron el, a mi juicio, primer traspié de la noche ya que, con una segunda mitad que recuerda en exceso a los Muse del Black Holes and Revelations (2009) no es ni de lejos de las mejores canciones de Pitfalls. Sobraba en un concierto trufado de medios tiempos y baladas, y más cuando los noruegos tienen suficiente discografía para hacer mejores elecciones. The Cloak fue bien recibida pese a ser otra canción lenta, pero era volver hacia atrás en el tiempo y la hinchada estaba hambrienta de canciones antiguas. Luego con The Price se dio pie al headbanging general gracias al ritmo esquemático de riffs de guitarra y bajo machacón que está vinculado estrechamente al sonido del combo escandinavo.

El comienzo potente de Stuck continuó dando material para que la gente siguiera meneando el cuerpo, especialmente en su tramo final. Hay que hacer mención especial al sexto miembro del grupo durante la noche, el cellista Raphael Weinroth-Browne, que intervino en casi todas las canciones y que dio un sabor sinfónico y una profundidad a la música de la banda muy de agradecer. Incluso se marcó un solo de cello durante la pausa previa a los bises que fue muy aplaudido. Todo un acierto contar con su presencia.

Para terminar eligieron Distant Bells, otro tema lento y largo que también fue lanzado como adelanto en Youtube. Hasta que no rompe en su tramo final a mí me parece algo anodino, y además culmina con unos coros un tanto sonrojantes, propios de los peores Coldplay. Había que tocarlo y se tocó, vale, pero lo de los bises (o mejor dicho, el bis) fue peor. Para después de la pausa escogieron el otro tema extenso de Pitfalls llamado The Sky is Red, que cuenta con un interesante trabajo de guitarra pero que tampoco se encuadra entre sus mejores composiciones, y se hace larga, demasiado larga. A mi entender, terminar así fue otra equivocación. Completaron hora y media casi de reloj y el público pienso que salió satisfecho, pero con cierta impresión de que pudo haber sido mejor con otra selección de canciones. Rewind, Slave, Mirage o The Valley, por no irnos muy atrás en el tiempo, hubieran reventado la sala y enloquecido al auditorio. Pero así se quedó la cosa. Sonaron muy profesionales en todo momento, y a las menciones personales ya hechas añadiría la del batería Baard Kolstad, todo un animal de escenario.
El futuro se les abre a estos noruegos, pese a ser ya una agrupación veterana. Su aperturismo puede ser una vía de entrada a las grandes ligas o puede convertirse en su certificado de defunción. Con ya solo dos integrantes fundadores, Leprous corre el riesgo de convertirse en mero un vehículo para el lucimiento de su líder. Su próximo disco será la verdadera piedra de toque para augurar por donde irá el devenir de la banda en los próximos años.

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