Resulta difícil de entender la reacción de la Fiscalía General del Estado a raíz de la publicación del, a éstas alturas, ya célebre número del semanario satírico El Jueves, ese que mostraba en su portada una caricatura de los Príncipes de Asturias fornicando y aludiendo a la escasa querencia por el trabajo del heredero de la Corona. Recordemos que el juez Juan del Olmo (el mismo de la instrucción del 11-M), a instancias de la Fiscalía, ordenó a la policía retirar de los kioskos las ediciones supuestamente difamatorias, algo que popularmente se conoce como “secuestro” y que a muchos les ha hecho recordar la etapa franquista, pródiga en éste tipo de sucesos. Para terminar de rematar la faena, la clausura también llegó para la web de la revista ante las advertencias conminativas de la autoridad sobre la presunta actividad delictiva de la misma. Son varios los motivos que, a mi entender, convierten ésta decisión en algo difícilmente explicable.
El primero de esos motivos es que dicha actuación no ha hecho sino despertar un amplio sentimiento de solidaridad y simpatía hacia una publicación en franca decadencia desde hace años -o eso me parece a mí-, convirtiendo el número de la discordia en objeto de deseo para decenas de personas muchas de las cuales, hasta ahora, tan solo la ojeaban de pasada, le dedicaban un giro de cuello al pasar junto al kiosko o directamente se habían desentendido de ella. De la publicidad gratuita que ha conseguido El Jueves gracias a la intervención de Conde Pumpido y Del Olmo posiblemente sacarán réditos durante los próximos meses.
El segundo es que El Jueves ha pasado a ser para muchos el epítome de la libertad de expresión, al ser visto como objeto de interesada persecución en un país donde la injuria y la difamación son plato diario en numerosos ámbitos públicos sin que la Justicia se esmere ni por asomo con el mismo interés, lo cual sería síntoma de graves disfunciones en nuestro sistema democrático. El caso de las viñetas de Mahoma sería el más claro antecedente de ataque a libertades fundamentales de una publicación impresa, aunque bien es cierto que habría que comprobar cuantos de los que ahora se escandalizan de lo ocurrido con El Jueves justificaban entonces las iras musulmanas por aquellas viñetas ofensivas para su religión. El presidente Zapatero es de los que, de tener algo que ver, puede decir que mantiene posiciones coherentes una con otra.
El tercero es que la retirada forzosa de la edición en papel no ha hecho sino propagar la distribución del chiste gráfico a través de la red de redes, con lo que el secuestro a cargo de las fuerzas del orden ha terminado siendo un acto más simbólico que eficaz. Se ha estimulado el afán de transgresión que abunda por Internet consiguiendo en la práctica la difusión masiva de algo que, presuntamente, se pretendía ocultar a la vista del público en una actuación propia de bombero pirómano.
Y el cuarto es que ha servido para que se pongan de manifiesto a voz en grito los privilegios que la legislación española otorga a la Corona (¿quién puede permitirse ante una supuesta difamación que la Fiscalía actúe en su nombre sin mover un solo dedo?), amén de lo fácil que es cargar desde las instituciones públicas, que presuntamente deben velar por la igualdad de todos ante a la ley, contra el débil mientras que al fuerte se le permiten toda clase de imposturas. No es que al Rey se le pueda llamar golpista o subnormal, es que se podría pensar a la vista de los hechos que ésto se tolera en función del segmento de poder en el que se mueva el difamente, porque digo yo que tildar de discapacitado intelectual o borracho al jefe del Estado o acusar de golpismo y traición al mando supremo de todos los ejércitos es más grave que caricaturizar a su heredero practicando algo tan natural como el sexo. A menos, claro está, que la ofensa estribe en que se le tilde de holgazán... En otras palabras, aun cuando la medida coercitiva esté ajustada a derecho el problema es que la actuación contra El Jueves no es la norma, sino la excepción, una excepción nada inicua dados algunos antecedentes.
Todo esto viene a subrayar ese tratamiento de favor que tan pocas simpatías despierta entre el ciudadano medio, ese que tiene que batirse el cobre a diario contra múltiples problemas que azotan su devenir diario al tiempo que observa cómo una familia hereda privilegios y prerrogativas con cargo al dinero que a todos tanto nos cuesta ganar. Y todo pese a que, por lo que se sabe, la Fiscalía no ha actuado a instancias de la Casa Real, cuyos miembros al final van a ser los más inocentes de toda ésta historia, dejando a un lado lo medieval de las prebendas que disfrutan. Así que yo me pregunto, ¿por qué? ¿Para qué montar tanto revuelo con una acción tan polémica? ¿Es que nadie sospechó ni por aproximación la que se podía a armar a cambio de obtener unos resultados tan parcos? ¿Se buscaba algún tipo de impacto mediático?
Como lanzar hipótesis al aire es gratis, aún no he leído ningún comentario alusivo a lo que ahora sigue y pese a que la Vicepresidenta ya se ha apresurado a marcar distancias con la Fiscalía, he decidido tirarme a la piscina y contar mi, repito, hipótesis, sostenida en la más estruendosa nada. Creo que el Fiscal General del Estado ha podido actuar a instancias del Gobierno con la intención de afianzar a la Corona como firme aliado, al tiempo que se erige ante los votantes de centro-derecha monárquicos (recalquemos la palabra votantes) en defensor de una institución que consideran indispensable para, entre otras cosas, esa sacrosanta y cacareada unidad de España que pretendían reventar. Y de paso, hacer un guiño al Ejército ya que, tal y como he referido más arriba, el padre de la criatura no es otro que el mando supremo de todos los ejércitos de ésta nuestra Santa Patria, cargo que antes o después recaerá en su ya casi cuarentón vástago. Y es que, pese a que faltan muchos meses para las elecciones generales, ya estamos en campaña
¿Cómo les ha salido la jugada? Eso es algo que tendrán que juzgar los sesudos analistas. De cara a la calle, me parece que secuestrar la edición de El Jueves ha sido una cantada tan gruesa como el humor que pretendían cercenar. Personalmente, no creo que el grueso del electorado conservador se vaya a conmover tanto como para cambiar el sentido de su voto, mientras que en la orilla de enfrente sí pienso que habrá un buen número de personas que sentirán el súbito e intenso impulso de votar a Izquierda Unida.
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