Han rescatado a una perra en Segovia tras haber pasado atada por el cuello toda su vida. Las imágenes hablan por sí solas del calvario que ha sufrido éste animal durante los años que ha estado sometida a tan terrible tortura. No ha trascendido la identidad del/los responsable/es, pero su inhumanidad es tan lacerante que me lleva a sentir vergüenza de compartir especie con individuos capaces de tanta crueldad hacia seres a los que saben indefensos.
En España, el hecho de contar con una fiesta nacional como las corridas de toros, de haberlas convertido en espectáculo de masas cuando no son sino una sanguinolenta, brutal y despiadada matanza por fases, ha dulcificado y banalizado todo lo relativo a la violencia ejercida hacia los animales. Hasta el punto de existir personas (y certifico que existen) que piensan que conceptos como miedo, sufrimiento o angustia son exclusivos de las personas, rechazando cualquier similitud, por pequeña que sea, con los sentimientos que pueda albergar un animal, relegándolos al puro instinto. Para justificar su modo de pensar, llegan incluso a negar una de las cualidades inherentes del ser humano: la capacidad de empatizar con el que sufre, aunque sea un animal. Todo con el objeto de dibujar una línea intraspasable que delimite de forma categórica la calidad de especie superior y dominante del homo sapiens.
Se limitan a señalar a los animales como meros instrumentos de los que sacar provecho, para desecharlos de la manera más bárbara cuando se tornan inservibles para sus intereses. Pasan por alto que están compuestos por sistemas vitales similares a los nuestros; con vísceras similares a las nuestras; con sangre roja corriendo por venas similares a las nuestras; con necesidades de comida, bebida, sueño o apareamiento similares a las nuestras; con un proceso vital desde el nacimiento hasta la vejez similar al nuestro. Ignorantes de que todo bicho viviente en este planeta desciende de un ancestro común. Ante tal cúmulo de evidencias, presumir a los animales un conjunto de sentimientos y emociones también parecido al nuestro no es en absoluto descabellado, y del mismo modo es absurdo e ignorante omitir los millones de casos de personas que han establecido recíprocos lazos de afecto con sus mascotas a lo largo del mundo durante toda la historia.
Casos como el de Segovia no son más que ejemplos de cómo el fuerte aplasta al débil sólo por el placer de poder hacerlo. No tengo la menor duda de que si no existieran leyes que protegen a los más débiles, los más fuertes y sádicos saldrían cada día a la calle buscando saciar su apetito de violencia cebándose con quienes consideran indefensos. Esa es otra de las cualidades esenciales que adornan a éste tipo de energúmenos: una suprema e insultante cobardía.
En España, el hecho de contar con una fiesta nacional como las corridas de toros, de haberlas convertido en espectáculo de masas cuando no son sino una sanguinolenta, brutal y despiadada matanza por fases, ha dulcificado y banalizado todo lo relativo a la violencia ejercida hacia los animales. Hasta el punto de existir personas (y certifico que existen) que piensan que conceptos como miedo, sufrimiento o angustia son exclusivos de las personas, rechazando cualquier similitud, por pequeña que sea, con los sentimientos que pueda albergar un animal, relegándolos al puro instinto. Para justificar su modo de pensar, llegan incluso a negar una de las cualidades inherentes del ser humano: la capacidad de empatizar con el que sufre, aunque sea un animal. Todo con el objeto de dibujar una línea intraspasable que delimite de forma categórica la calidad de especie superior y dominante del homo sapiens.
Se limitan a señalar a los animales como meros instrumentos de los que sacar provecho, para desecharlos de la manera más bárbara cuando se tornan inservibles para sus intereses. Pasan por alto que están compuestos por sistemas vitales similares a los nuestros; con vísceras similares a las nuestras; con sangre roja corriendo por venas similares a las nuestras; con necesidades de comida, bebida, sueño o apareamiento similares a las nuestras; con un proceso vital desde el nacimiento hasta la vejez similar al nuestro. Ignorantes de que todo bicho viviente en este planeta desciende de un ancestro común. Ante tal cúmulo de evidencias, presumir a los animales un conjunto de sentimientos y emociones también parecido al nuestro no es en absoluto descabellado, y del mismo modo es absurdo e ignorante omitir los millones de casos de personas que han establecido recíprocos lazos de afecto con sus mascotas a lo largo del mundo durante toda la historia.
Casos como el de Segovia no son más que ejemplos de cómo el fuerte aplasta al débil sólo por el placer de poder hacerlo. No tengo la menor duda de que si no existieran leyes que protegen a los más débiles, los más fuertes y sádicos saldrían cada día a la calle buscando saciar su apetito de violencia cebándose con quienes consideran indefensos. Esa es otra de las cualidades esenciales que adornan a éste tipo de energúmenos: una suprema e insultante cobardía.
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