viernes, 16 de mayo de 2008

La diversidad de la ciencia

Creo que nos matamos unos a otros, o amenazamos con matarnos unos a otros, en parte porque tenemos miedo de no llegar a saber la verdad, de que alguien con una doctrina diferente pueda aproximarse más a ella. Nuestra historia es en parte una batalla a muerte entre mitos enfrentados. Si no puedo convencerte, te mato. Eso te hará cambiar de idea. Eres una amenaza para mi versión de la verdad, especialmente la verdad sobre quién soy yo y cuál es mi naturaleza. La idea de que pueda haber dedicado mi vida a una mentira, de que pueda haber aceptado una idea convencional que ya no se corresponde, si es que alguna vez lo hizo, a la realidad externa, es una constatación muy dolorosa. Mi tendencia será resistirme a ella hasta el final. Estoy dispuesto a hacer lo que sea para no llegar a descubrir que la visión del mundo a la que he dedicado mi vida no es la correcta.
Ésta genial reflexión en primera persona, a modo de "descripción de dinámica psicológica existente" fue escuchada de labios del científico, escritor y divulgador estadounidense Carl Sagan durante unas conferencias impartidas en Escocia en 1985, y que están recogidas en el libro La diversidad de la ciencia, editado el pasado año 2007. En ellas, Sagan aboga por un entendimiento entre ciencia y religión aunque siempre mostrando un fervoroso escepticismo por todo lo que no sea demostrable mediante el procedimiento científico. No exhibe beligerancia alguna hacia la fe y admite sin ningún pudor las consecuencias beneficiosas que para muchas personas pueden tener contar con una moral basada en principios religiosos.

Precisamente en estos términos es en los que hace un llamamiento a los próceres cristianos, que es lo que le toca como habitante del mundo occidental, a poner de su parte para conseguir un mañana más esperanzador, poniendo el acento en cómo los mandatarios que se más autoproclaman seguidores de la fe de Cristo son los primeros en contravenir sus enseñanzas. No olvidemos que a mediados de los 80 el mayor temor global era el temible conflicto nuclear que podía propiciar la tensión entre bloques políticos, la famosa guerra fría.

Más de 20 años después, los planteamientos de Sagan permanecen vigentes y son referencia obligada para toda persona que tenga curiosidad por conocer el porqué de las cosas de manera crítica y sin aferrarse a dogmatismos. De escepticismo saludable y respetuoso calificaría yo el modo en que se expresó en éstas conferencias cuando tocaba aludir a la religión, mostrando un notable buen talante para referirse a creencias que, a buen seguro, en su fuero interno no le eran nada simpáticas. Pero ese sentimiento no le impedía apreciar y destacar los aspectos positivos que la religión puede aportar a nuestro mundo. Puede que todo sea una farsa, pero si creer una farsa lleva la paz de espíritu a millones de hogares, bienvenida sea, parecía querer decir.

La edición española del libro lleva el subtítulo Una visión personal de la búsqueda de Dios. Bien parecería que el Dios de Carl Sagan, fallecido en 1996, era la ciencia, pero no. En mi opinión, para él Dios era el ser humano y cada uno lleva dentro a su propio Dios.

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