"Los alumnos tendrán educación sexual desde los cinco años". Es el titular con que desayunaban ayer los británicos. Con la reforma educativa, los niños recibirán lecciones obligatorias en Primaria y Secundaria de educación sexual, riesgos de las drogas o primeros auxilios, según e The Times.¿Alguien se imagina cómo sería recibido que el Gobierno español, después de legislar sobre el matrimonio gay y tener en cartera hacerlo sobre el aborto y la eutanasia, intentara introducir la educación sexual en la enseñanza primaria? ¡Niños de 6 años follando! ¡Preadolescentes encinta! ¡El Estado fomentando el sexo desenfrenado en las aulas! ¡El jodido Apocalipsis! ¡Sodoma y Gomorra!
Yo no tengo dudas de que esa sería la reacción del consevadurismo pedestre nacional, acostumbrado como nos tiene a a poner el grito en el cielo de forma histérica y ridícula -ni siquiera caerían en la cuenta de que a esas edades a los niños aún ni se les levanta- como vimos en las manifestaciones en defensa (permítaseme la cursiva) de la familia tradicional. ¿Se les ocurriría pensar en el beneficio a largo plazo que supondría una temprana concienciación de la chavalería en todo lo referente al sexo?
Una educación sexual como la que planea el Reino Unido va orientada a evitar lacras sociales como los embarazos de adolescentes o el contagio de enfermedades de transmisión sexual, una lucha que debe preocupar a todo Estado responsable. Y añado que también ayudaría a hacer desaparecer prejuicios de género y sexuales. Aquí, por lo que vemos con las reacciones suscitadas con la asignatura de Educación para la Ciudadanía, que se explique a los niños que hay otros patrones de familia o que existen ciudadanos con tendencias homosexuales pone de los nervios a quienes férreamente contemplan un sólo modelo de sociedad, ultraconservador y cerrado a las realidades sociales que le son molestas.
La caverna derechista en España se ha opuesto al divorcio, al aborto, a los matrimonios gays o a cualquier puesta al día de alguna de esas leyes, pero no se decidieron nunca por su derogación cuando en sus manos estuvo hacerlo. ¿Por qué? Pues, sencillamente, porque la sociedad aceptó esos cambios con naturalidad y sin falsos dramatismos, comprobando que el cataclismo social que les auguraban era falso y que, además, determinadas realidades estaban mejor con una legislación detrás reglamentándolas. La derecha más rancia tuvo que adaptarse y aceptar que la sociedad es la que marca el ritmo a los legisladores y no al revés, por mucho que el cuerpo le pida no darse por enterada.
Y ese es su gran pecado, negar la evidencia para evitar tener que lidiar con ella. La derecha tradicionalista tolera la existencia de la discriminación sexual, la separación matrimonial de facto, el aborto o las relaciones homosexuales siempre que, usando un símil futbolístico, se queden en el vestuario. Lo que realmente teme es reconocer que ha convivido con esas realidades mientras miraba hacia otro lado; aborrece mirarse al espejo y comprobar su propia hipocresía, su doble moral; se niega a admitir que jamás ha movido un solo dedo para regular lo que sabe que existe pero se niega a reconocer. De ahí su furibunda oposición a todo avance social: es la firme demostración de su alejamiento de la realidad social.
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