No es mi intención dilatar aún más la polémica surgida a raíz de la ya famosa foto de las hijas de José Luis Rodríguez Zapatero. Mucho de lo escrito y de lo fotomontajeado viene a colación de los prejuicios atávicos que una parte de la sociedad española mantiene sobre la otra, aunque también del puro odio que destilan los más feroces detractores de Zapatero, que no han dudado en usar el trasero de sus hijas menores de edad para propinar un puntapié al Presidente del Gobierno. Pero hay más.
Después de unos cuantos días se puede observar la controversia generada con mayor perspectiva. Al principio parecía que todo se reducía a una pugna entre partidarios del Presidente y detractores; entre quienes por afinidad ideológica se sentían impulsados a defenderle y quienes, ubicados en la orilla contraria, aprovechan cualquier coyuntura para sacudirle. Pienso que ésto es lo que vemos en la superficie, pero lo que se oculta debajo tiene un calado mucho mayor y dice mucho de la clase de sociedad que componemos.
Me asombra el modo en que algunos se han escandalizado por la manipulación que han sufrido las fotos de las dos adolescentes, distribuidas sobradamente por internet, y que han sido objeto de chanza y chascarrillo desde lo simplemente gracioso hasta lo directamente cruel. Y me asombra, digo, porque éste es el país donde se han hecho chistes sobre Miguel Ángel Blanco, la mutilada Irene Villa -víctima de un atentado a los 12 años- o las niñas de Alcàsser -también menores-, por poner sólo unos ejemplos. Este es el país donde la trilogía más vista de la historia del cine español, la saga Torrente, comenzaba su tercera entrega con una parodia del 11-S. ¿Cómo hubiera digerido este mismo país una gansada similar a costa del 11-M hecha fuera de nuestras fronteras?
Lo que esto nos dice es que componemos una sociedad hipócrita, que se carcajea o, cuando menos, acepta en silencio el pitorreo si es a costa de alguien de fuera, pero se revuelve si el ataque viene desde fuera hacia dentro. Y que, una vez dentro, ésos mismos escrúpulos que afloran si el chiste viene del exterior y su objeto somos nosotros se olvidan cuando son rivalidades internas lo que hay entre manos. Entiendo que haya quien se rasgue las vestiduras por el ataque despiadado a un par de adolescentes cuyo único delito es ser hijas de quien son, pero es que esto eS España, un país de acomplejados con la vocacional necesidad de verse acaudillados -¿cómo si no pudo prolongarse tanto el franquismo?- y donde la adhesión inquebrantable al llámese líder, concepto o conjunto de ideas que, dicen, les representa, es la religión más devotamente profesada.
Somos un país de envidiosos, cainita y sectario, en el que uno pierde el culo por joder a su vecino y donde los afectos pasionales pueden más que cualquier lógica y razón. La lectura que extraigo de todo esta porfía es que España es un país dividido, fracturado en dos facciones de muy difícil ensamblaje. No veo la forma de que ambos bandos lleguen a un entendimiento mínimo que evite la crispación cuando uno de ellos agarra el timón del país. A veces pienso que lo mejor sería fraccionar el territorio español en dos mitades y que cada bando ocupe una de ellas a fin de evitar las eternas disputas. Pero, como no podía ser de otro modo tratándose de este país, la solución que se me ocurre es una quimera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario