martes, 31 de agosto de 2010

Mar de amor, mar de risas


En este comienzo de nuevo curso aún no he recuperado la actividad bloguera que uno desearía, de ahí que todavía no pueda darle a la bitácora un mínimo de continuidad. Para mantenerla a flote voy a comentar el que ha sido uno de mis mayores descubrimientos del verano, que no es otro que la telenovela mexicana Mar de amor que emite cada día TVE1 por las tardes.


La verdad es que no se por dónde de empezar porque este serial es un pozo inagotable de momentos descacharrantes. No estoy puesto en materia de culebrones, pero este me ha seducido por lo involuntariamente carcajeante de su desarrollo, lo definitivamente ridículo de sus situaciones y las patéticas interpretaciones (con perdón) de sus (presuntos) actores.


La trama no tiene mayor misterio: intrigas, pasiones, engaños, personajes que aparentan lo que no son, malos malísimos, buenos de manual... El protagonisma masculino es militar, de la marina a juzgar por el uniforme blanco y la gorra que luce con frecuencia. Eso sí, el tipo gasta unos pelos que serían la envidia de uno de los miembros de Loco Mía. En no pocos países semejante pelambrera le valdría un consejo de guerra... Su técnica interpretativa, basada en la inacción muscular facial, es derivada de las grandes escuelas actorales que han dado talentos al séptimo arte en materia de interpretación como... Chuck Norris. Y sin cirugía, que tiene más mérito. Memorables son sus primeros planos, frecuentes en este tipo de producciones, los cuales parecen fotos fijas estáticas. Y quizá lo son.


Luego está la chica, por la que el militar está colgada, que además se llama Estrella Marina... Y es que todo es poesía en este culebrón. La gachí es pánfila como ella sola; de hecho, su semblante denota un problema de falta de sueño hasta el punto de parecer siempre al borde de la narcolepsia. La cuestión es que estaba indecisa entre el marinero greñudo y un psiquiatra adicto a la gomina, lo que ha debido granjearle profundas enemistades ya que hay quien quiere matarla. El homicida es un calvorota que para perpetrar sus fechorías se disfraza de cantante de Judas Priest (o de gay sadomaso, todo de cuero negro, gorra incluida). Y ojo, pese a gozar de posición aparentemente acomodada el colega comete sus crímenes con ¡un cúter! ¿No le dan las rentas para un miserable cuchillo? Si en la teletienda venden un juego completo por unos pocos euros ¡y te regalan otro! ¿Cómo puede ser tan cutre pudiendo recurrir al cheff Tony?


Hay aspectos que llaman poderosamente la atención, como es que si aparecen individuos de apariencia indígena estos se ocupan de labores domésticas o su papel es muy reducido. Está visto que la correción política aún no se ha hecho hueco en este tipo de producciones. En el otro extremo de la galaxia, la proporción de mujeres de ojos azules que aparecen es notable. Las hay que más que mexicanas parecen suecas, y casi todas con un vestuario que parece sacado del guardaropa de un puticlub. En especial hay una, la mala de turno, con unas domingas descomunales que no duda en lucir palmito a poco que el guión (con perdón) se lo ponga fácil. Hay que justificar los dólares de la operación de estética, of course. En una escena antológica acompaña al militar de pelo estropajoso a pagar el rescate de un pobre niño secuestrado, y la tipa va ataviada como si la estuvieran esperando en la pasarela Cibeles. Sería para causar buena impresión al secuestrador, (que no era otro que el terrible asesino del cúter)...


Luego hay secundarios impagables, de esos que terminan por redondear la función y darle el toque definitivo de calidad. Tal es el caso del padre de la pechugona pérfida, un viejo tocado con un sombrero de paja que no se quita ni para dormir, tal que si lo tuviera pegado con loctite, y que le hace parecer el abuelo de Benny Hill.


Pueden pensar que ante tan dantesco panorama lo que a uno le invade es la vergüenza ajena. No lo voy a negar, esta telenovela desata una vergüenza ajena inmensurable, desconocida por el género humano, se sale de toda escala. Pero también es cierto que si uno logra sobrepasar el umbral, ese punto crítico (algo así como el momento del paso al hiperespacio de la nave de Star Trek), termina flotando en una atmósfera de indiferencia que permite apreciar los aspectos aquí reseñados. Es cuestión de mentalizarse. Yo no lo pude evitar: durante las vacaciones me enganché a Mar de amor. Es lo que tiene no ser persona de siestas. Eso sí, las risas que me he echado no me las quita nadie.

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