Dice el Instituto Nacional de Estadística que el 21% de los españoles viven por debajo del umbral de la pobreza. Hay una cosa que conviene no olvidar, y es que esto que estamos sufriendo ahora y que a tanta gente afecta tuvo su inicio a comienzos de la presente década con la llegada del euro y el redondeo al alza. Aunque no fue el hecho en sí de la implantación del euro, sino la sempiterna y endémica picaresca española. El redondeo generalizado de precios llevó a que lo que costaba 100 pesetas pasara a costar 1 euro (167,386 pesetas, casi un 70% más), y la idiocia del españolito medio, que fue incapaz de interiorizar lo que suponía el cambio, hizo el resto. Llevar un billete de 50 euros en el bolsillo pasó a ser como llevar uno de 5000 pesetas, pero al pagar con él nos gastábamos las más de 8000 pesetas de su cambio real ¿Cómo no va a ser éste un país de picaresca si sus propios pobladores dan tantas facilidades para ser estafados?
Somos tan vagos, tan perros, que preferimos mirar hacia otro lado mientras nos timan para no tener que tomarnos la molestia de quejarnos. En el país de los ciegos el tuerto es el rey. España está plagada de ciegos y los tuertos, que son pocos pero avispados, lo saben y lo aprovechan.
Después vino el desparrame inmobiliario, la especulación como alternativa de dinero fácil al alcance del ciudadano medio. Las estratosféricas ganancias mensuales, en blanco y en negro, de encofradores, soladores, escayolistas, fontaneros, y otros profesionales específicos vinculados a la construcción, con escasa capacidad para reconducir su perfil laboral en caso de cambio de paradigma. Letras de 1500 euros mensuales les permitían aceder a pisos con piscina, padel y urbanización cerrada con portero físico; les animaban a adquirir un coche de gama alta con el que pasearse ante sus vecinos y presumir con las amistades; les hacía sentir clase media, esa clase tan nombrada por los políticos pero de la que apenas hay exponentes en España. Mientras duró el sueño inmobiliario, que inundó el país de bloques de pisos con pésimas calidades y espantosa estética, vivieron la vida loca. Luego llegaron los nubarrones, la caída y un aterrizaje peor que forzoso. Pocos fueron los precavidos que tuvieron la inquietud de un futuro tormentoso. Fue como follar sin condón: mola tanto que, en pleno frenesí, todo da igual, solo hay cabeza para disfrutar del momento y no hay cabida para pensar en las posibles consecuencias (inciso: esto NO es un dato autobiográfico).
El sueño devino pesadilla: maridos y esposas en paro, un solo sueldo, en el mejor de los casos, incapaz de afrontar los 1000, 1500 o 2000 euros de letra; exigencia de ayudas al Estado por parte de quien no aportó nada a la sociedad mientras las cosas le fueron bien; modelo económico que se revela catastrófico pero que tuvo el apoyo y el impulso de los gobiernos que lo vieron crecer y asentarse… Y ahora, la indigencia o estar a las puertas de la misma.
Así es España en vísperas de la segunda década del siglo XXI. Pero no hay problema, somos campeones del mundo de fútbol.
Concuerdo en bastantes cosas. Lo más deprimente es pensar en nuestra ceguera como país, y saber que las consecuencias debían ser graves. Y cuando hay que salir, todos somos víctimas, y no nos unimos por lo importante. Pero bueno, habrá que encararlo, y será duro (es duro). Ya no queda otra.
ResponderEliminarEs justo y saludable recordar, como se hace arriba, que hay una responsabilidad de muchos “españolitos medios” en la fiebre especuladora de estos años, cuyos polvos trajeron los presentes lodos.
ResponderEliminarMuy buen artículo y muy bien escrito. Un saludo.