El pasado fin de semana vi en la 1 de Televisión Española un telefilme basado en la vida de Jefferson. Tenía toda la pinta de un folletín, solo destacable a priori por la interpretación del solvente actor neozelandés Sam Neill en el papel protagonista, porque el conjunto no era precisamente un derroche de calidad. No obstante, en el epílogo se especificaba que los hechos que describía la trama fueron reales, al margen de las licencias creativas que siempre se dan en el medio televisivo, por supuesto. Pero me brinda la oportunidad de hacer la siguiente reflexión.
El aspecto central de la narración era la relación íntima que Jefferson mantuvo durante una significativa parte de su vida con una de sus esclavas, Sally Hemings, iniciada mientras fue embajador de los USA en París y que duró hasta su muerte. En la película se afirma que, fruto de dicha relación, Sally Hemings alumbró hasta cinco hijos que el a la sazón presidente nunca reconoció, más preocupado por las apariencias y por su cada vez más enfilada carrera política [la wikipedia en inglés menciona todo esto sin tanta rotundidad y sin despejar la duda sobre la veracidad de estas afirmaciones].
En la América pre-abolicionista, el sureño Jefferson, propietario de una plantación y de los esclavos negros que trabajaron en ella, no fue capaz de aplicar a su propia vida los postulados que le han convertido en una figura invocada por destacadas figuras del pensamiento racionalista moderno como Carl Sagan o Richard Dawkins. Sin dejar de reconocer que fue un adelantado a la época que le tocó vivir, estos hechos le convertirían en alguien con las suficientes sombras como para no ser objeto de tan entusiasta reivindicación.
Y aquí es donde quiero detenerme. Es fácil concluir que el prestigio del que goza Thomas Jefferson debe quedar seriamente dañado por esta faceta de su vida y que su reputación de luchador por la libertad queda sepultada por su condición de esclavista activo. Dando por cierto lo que cuenta la película, que siempre que le fue posible procuró un trato humano y digno a todos sus esclavos, ello no justificaría su doble discurso, abolicionista de cara al exterior y esclavista de puertas adentro, aunque fuera un esclavismo light (aunque ¿existe, acaso, un esclavismo que pueda considerarse light?).
Pero aquí entraría en juego lo que Richard Dawkins denomina el zeitgeist moral, el paradigma ético, el conjunto de valores morales imperantes en una época y lugar concretos y que pueden determinar matices clave en la personalidad de una celebridad, aun estando en aparente contradicción con sus virtudes más ampliamente reconocidas. Denostadores de algunos de los grandes pensadores de la historia subrayan la dimensión antisemita de Voltaire, el machismo de Hume o el racismo y la misoginia de Schopenhauer. Y es que una cosa es ser un adelantado su tiempo y otra muy diferentes estar hasta dos siglos por delante del pensamiento descollante. El avance del raciocino y la moral tiene su ritmo, y por lo general es siempre más lento de lo que sus impulsores desearían.
Thomas Jefferson, junto con otros nombres ilustres de la época como Thomas Paine, intentó cambiar el mundo que le tocó en suerte vivir, lucha ésta cristalizada en la Declaración de Independencia de los USA y en la Declaración de Derechos. El progreso mundial hacia la democracia que supusieron ambas proclamaciones es indudable, y la contribución de Jefferson merece el calificativo de crucial, aun con la vergonzosa exclusión de negros e indios. ¿Puede la trascendencia de algo así quedar opacado por lo que está, en gran medida, decretado por ese paradigma moral y que responde a pautas sociales muy enraizadas? ¿Acaso no hacen falta una gran personalidad y una muy profunda madurez para conseguir sacudirse, aunque solo sea parcialmente, la carga de una estructura social que se siente obsoleta, desfasada e injusta, para luchar por mejorar lo que se sabe mejorable? Posiblemente, Jefferson fue, permítaseme la expresión, esclavo del tiempo que le tocó vivir. No intento justificarle contra viento y marea, solo trato de entender cómo alguien de tan rectos principios pudo mantener tan contradictorio proceder.
Para terminar una cita, como no, de Thomas Jefferson. De las muchas que se le atribuyen, me quedo con esta, perfectamente enmarcada en la actualidad de hoy día tras la visita a España de uno de los mayores entes dogmáticos y representantes del absolutismo ideológico y moral, el papa Benedicta:
La masa de la humanidad no ha nacido con una silla de montar a la espalda y tampoco unos pocos privilegiados nacen con botas y espuelas.
De acuerdo, no podemos exigir una mentalidad moral contemporanea a esos personajes. Por otro lado, si no reivindicamos a los que en esa época supusieron un gran avance del que nos hemos beneficiado todos, ¿a quién ensalzaremos, a otros que eran tambien esclavistas y además eran cerrados según los criterios de su propia época?
ResponderEliminarEfectivamente, no es fácil enfrentarse a casos como éste en el que, aparentemente, el protagonista sostiene unas ideas que chocan con su praxis. Pero también es cierto que puede resultar anacrónico juzgar otra época desde la mentalidad de la nuestra (mentalidad a la que, por cierto, contribuyó de modo relevante el personaje en cuestión).
ResponderEliminarLo que es indudable es que, junto con otros (singularmente, John Adams), Jefferson ayudó a sentar las bases de un mundo más justo. Siquiera, sobre el papel (de las leyes). Pero yo destacaría aún más a un ilustre desconocido por estos pagos, el inglés Roger Williams, fundador de Rhode Island, amigo de los indios, enemigo del dogmatismo y la vana intransigencia, pensador, profundamente evangélico...
Para un acercamiento a su figura, pero también al legado de Jefferson y compañía, ver 'Libertad de conciencia', de la especialista Martha Nussbaum. Obra, por lo demás, preocupada por dar respuesta a la inquietante realidad de nuestro tiempo.
Saludos cordiales.
Hola, Flashman:
ResponderEliminarSi te interesa la divulgación científica, no te pierdas http://www.lapizarradeyuri.com/. Merece la pena leerlo.
Y sobre Jefferson: qué difícil es ser coherente en la vida. Pero valoro más a un no coherente que al menos trabaja en lo teórico que uno que no se preocupa ni de teoría ni de práctica y es muy coherente en su inacción en los dos campos. Supongo que a menudo exigimos a los demás la coherencia que nos falta a nosotros mismos. Sólo unos poco elegidos, que llevan su moral al extremo, llegan a ser lo suficientemente coherentes como para poder ser admirados por ello. Quizás los dedos de una mano sobren para contarlos.
Un abrazo.