martes, 11 de enero de 2011

En defensa del fútbol como deporte, no como negocio ni como adicción

Las élites oligárquicas del fútbol mundial acaban de decretar que Lionel Messi es el mejor fubolista del año 2010Ni entro ni salgo en el posible acierto o desacierto de tal decisión, pero me sirve como excusa para hablar de este deporte, convertido en negocio en muchos aspectos y en verdadera adicción para una cantidad desorbitada de gente.

A mí me gusta el fútbol, por eso veo poco, sólo cuando los equipos en liza garantizan, a priori, algo de espectáculo, o cuando se hallan inmersos en una competición de enjundia. No veo cualquier encuentro de fútbol ya que ello me llevaría a la saturación y detestar este deporte. Hay mucho truño disfrazado de disputa futbolera, y son preciamente este tipo de partidos los que convierten al balompié en un repelente para quien no sea un incondicional.

Hay personas que, situadas a sí mismas en un plano intelectual más elevado, menosprecian el fútbol como algo pueril. No es raro escuchar argumentos del tipo no es más que un puñado de millonarios en pantalón corto pegando patadas a un balón. Tal dispendio intelectual denota un enorme prejuicio, concretamente hacia los millonarios, pero no dice nada del valor intrínseco del fútbol en sí como deporte de competición. De ahí que se deduce que si eliminamos su desmesurado componente económico, que tampoco se da en todos los casos, también le despojamos del factor que parece generarle mayor antipatía social.

Aunque lo cierto es que la frase del párrafo anterior también trata de desacreditar el fútbol trivializándolo en relación a su indumentaria y haciendo un reduccionismo simplista acerca del desarrollo del juego como deporte de cierta complejidad. Imagino que 22 jugadores vestidos con traje tampoco despertarían las simpatías entre los detractores del fútbol, así que no vale la pena argumentar nada sobre en el uso de ropa cómoda para la práctica de cualquier deporte. En cambio, la crítica soterrada a la arquitectura del juego propiamente dicha merece más atención. Decir que el fútbol consiste únicamente en arrearle patadas a una pelota equivaldría a considerar el ajedrez como una mortalmente aburrida sucesión de movimientos espasmódicos entre dos individuos. La crítica superficial es lo más fácil mientras que entrar en el meollo de la cuestión, y más cuando se parte de posturas previas tan marcadas por el prejuicio, es mucho más difícil.

El fútbol como deporte de equipo tiene características que al observador no avezado le pasarán desapercibidas, pero que convendría valorar. El juego se despliega en virtud de estrategias prediseñadas, las cuales sitúan a los futbolistas en el campo con unas funciones muy concretas, cual piezas de ajedrez, y complementarias entre sí. La disposición de los jugadores varía con arreglo al esquema de juego que se tenga enfrente, siendo las tácticas esenciales y también modificables en virtud del rival. Los movimientos tácticos tales como desmarques, contragolpes o fueras de juego son perfectamente apreciables en la toma cenital de un estadio de fútbol, donde podemos apreciar con detalle como un delantero hace un movimiento para "llevarse consigo" a los defensas y así dejar en situación franca de gol a un compañero que viene por detrás; o el momento en que toda una línea defensiva efectúa un movimiento coordinado en la misma dirección para dejar al atacante contrario en posición antireglamentaria; o cuando se produce un robo de balón en defensa y los extremos saltan como liebres en paralelo a la banda esperando a que les llegue un balón largo, tal y como han ensayado en los entrenamientos, que les facilite crear una ocasión de peligro. Todo esto requiere muchas horas de preparación, tanto física como mental.
Y pese a lo que algunos digan, jugar al fútbol con una cierta solvencia, no digamos al fútbol de élite, no puede hacerlo cualquiera. No se trata ni mucho menos de simplemente hacer rodar un balón con los pies. Es necesario mucho tiempo de entrenamiento para conseguir que, al menos, la mitad de los desplazamientos largos de balón que se hagan, pongamos 40 metros, terminen en la bota del compañero al que van destinados; la mayoría tiene más opciones de acabar en pies del contrario cuando no fuera del terreno de juego. Muchas horas de entrenamiento, tanto físico como táctico, para encuadrarse en un equipo y responder a las necesidades de este en cualquier situación que se plantee durante un partido. Es fundamental la fortaleza mental, la concentración durante los 90 minutos de juego, espíritu de sacrificiocapacidad para reponerse ante la adversidad (expulsiones, lesiones...). Hacen falta agilidad mental y templanza para saber que hacer con el balón en una situación de acoso rival sin regalarle una ocasión de peligro; es necesario ser colaborativo, aprender a trabajar para el colectivo, ser disciplinado y saber ser generoso cuando la ocasión lo requiere. ¿Acaso no son cualidades que nos gustaría ver adornando a nuestros semejantes?

No, no se trata simplemente de pegarle patadas a una pelota. ¿El negocio? No me interesa, ni era el objeto de este post. Mi recomendación para disfrutar del fútbol: ver poco y seleccionado. Si es que lo que de verdad gusta es el fútbol como deporte y no como una extensión de las propias filias, fobias o prejuicios. No ostante, es cierto que lo que nos venden desde los medios no tiene que ver con valores como los descritos, todos ellos encomiables, sino con el forofismo más procaz, un gregarismo lejano de todo juicio ponderado, la anulación del espíritu crítico y el aborregamiento generalizado. Y lo triste es la enorme cantidad de gente sensible a ese tipo de mensaje

1 comentario:

  1. Pero habría que entrar también en lo que implica el deporte como competición aun sin negocio por medio... y preguntarse si la una no lleva al otro, siendo que éste lleva a su vez a la total adulteración (superprofesionalización, dopaje...) de la práctica deportiva. La competitividad y el afán de lucro van más parejos de lo que pueda parecer.

    He aquí un tema que habrá que volver a tratar una y otra vez. Denunciando, por ejemplo, la tremenda farsa en que se ha convertido el júrgol español, con dos equipos (sólo dos) en la cresta de la ola y los demás de comparsas (creo que no hay otra esfera del mundo presente donde el capitalismo salvaje haya conseguido de un modo tan eficaz generar nuevas identidades).

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