Hace casi dos años que hablé en este blog del toro Ratón. Comenté cómo el caché de este animal para las fiestas patronales subió como la espuma a raíz de la bravura que iba demostrando por calles y ruedos, bravura traducida en incidentes que llegó a acarrear alguna muerte así como heridos de diversa consideración. Dicho de otro modo, cuanta mayor era la violencia engendrada por “Ratón” más se pagaba por él y mayor era la expectación generada a su alrededor.
Esta aberración se sigue produciendo. En este cartel anunciador, fotografiado hace tres de días, se subraya la fama de Ratón y se sitúa como verdadero reclamo para el público. Al mismo tiempo, un vehículo recorre las calles del pueblo y anuncia el espectáculo a través de la megafonía, haciendo hincapié en la gratuidad de la entrada para los niños. Con suerte, Ratón cumplirá expectativas y los chavales que asistan a la plaza podrán ver a algún mozo salir con los pies por delante. Es lo que se espera de este toro, ¿no?
Al parecer, Ratón estaba al final de su vida útil, pero el año pasado volvió a la faena por aclamación popular. Y la Generalitat valenciana ofreciendo su apoyo para clonar al bicho. Nuevamente, las instituciones públicas convirtiéndose en salvaguarda del más sano folklore.
"Qué delicia oler a napalm por la mañana", decía el coronel Kilgore en Apocalypse Now. Aplicado a lo que nos ocupa, podríamos decir que "nada curte más el carácter que contemplar un buen cadáver a edad temprana". Todo sea por el mantenimiento de las tradiciones (¿o serán los negocios?). Uno se siente más tranquilo sabiendo que la España cavernícola vela por la educación moral y emocional de los más jóvenes y tiernos integrantes de la sociedad.
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