viernes, 22 de febrero de 2013

La cara oculta del español medio

El programa de Ana Rosa Quintana, ese faro de intelectualidad que domina las mañanas televisivas españistaníes, da cobertura a las más solemnes infamias que un psicópata pueda concebir. ¿Se acuerdan de las endiabladas pesadillas que poblaban la mente del retorcido protagonista de la película La CeldaAquello era una merienda en el campo con bocadillos de pan integral al lado de lo que es capaz de ofrecernos la reina de las mañanas para forzarnos la arcada.

Lo último (que se sepa) ha sido traer a un psiquiatra que defiende apalizar adolescentes, eso sí, sin dejarles marcas. Tras leer esto, rápidamente se me ha activado algún chip interior de memoria: esto ya lo he visto antes. En efecto, debe haber algún programa defensivo de Matrix en curso porque el deja vu es correcto. Recordémoslo:

El imán de Fuengirola fue condenado a un año y tres meses de cárcel en 2004 por incitar a pegar a las mujeres en un libro titulado «La mujer en el Islam». En él, Kamal aconsejaba cómo agredir físicamente a las mujeres sin dejar rastro.
A ver, no seamos malos y expliquemos el contexto. Este psiquiatra se refiere al joven que prendió fuego con un mechero al pelo de una profesora en su centro educativo. No seré yo quien defienda lo que hizo este descerebrado, que merecería un castigo acorde con el acto perpetrado. ¿Pero es proporcional una paliza, aunque sea propinada por sus padres y con el cuidado de no dejarle moratones? ¿Qué clase de profesional médico recomienda este tipo de terapia? Ignoraba que Alex, el protagonista de La Naranja Mecánica, se hubiera licenciado en psiquiatría.

Pero no se crean que es una percepción aislada de cómo se deben hacer las cosas. Este hombre al menos tiene el detalle de mostrar lo aberrante de su doctrina en público. Parapetados tras el anonimato que proporciona Internet salen a la luz los instintos más cafres y despiadados. Si no me creen echen un vistazo a esta entrada de noviembre de 2008, donde algunos de nuestros compatriotas mostraron una indisimulada envidia por la forma de impartir justicia en un país de tan holgada tradición democrática como Irán.


¿Estamos sufriendo un retroceso en nuestra escala de valores? Quizá dicha escala nunca ha sido consustancial a la naturaleza del español medio, pero fue adoptada en aras de la inmersión europeizante que nos embargó desde los años ochenta y, ahora, se resquebraja víctima el estrés producido por la situación económica. Porque no es que ahora haya quien solo defienda agredir a menores de edad con propósitos ejemplarizantes. Qué más quisiera. Les aseguro que hay ciudadanos a quienes les importa un carajo que familias enteras se queden en la calle tras llevarse a cabo su desahucio, o que demuestran una atroz indiferencia ante el suicidio de conciudadanos suyos como remedio último a su estado de desesperación.


¿Realmente son mentalidades nuevas generadas por circunstancias nuevas? ¿O son más viejas de lo que nos gustaría admitir, pero se encontraban reprimidas por el yugo de la corrección política y una coyuntura sociopolítica desfavorable? ¿Se ven estas personas libres de ataduras para expresarse tal como son, ahora que encuentran respaldo en unos gobernantes que parecen hablarles en su mismo idioma?

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