El paro avanza inexorable en nuestro país. Ya no es en absoluto extraño que cada persona tenga al menos un recién despedido dentro de su círculo de amistades o familiares. Auténticos dramas ante los que sólo cabe preguntarse ¿cuándo me tocará a mí? Mientras, el Gobierno se muestra devastador con sus propias predicciones económicas favoreciendo que el ciudadano deshoje una sola margarita: ¿mentiroso o incompetente? La realidad no es tan simple pero hay tres millones y medio de parados que no están para zarandajas. Las prestaciones sociales corren el riesgo de agotarse ante la avalancha creciente de solicitantes, lo que sólo podría derivar en una subida de impuestos. Los bancos se niegan a prestar dinero a negocios y particulares, los mismos a quienes antes permitían endeudarse por décadas. El sector automovilístico reclama ayudas públicas, pero no para invertir en tecnología no dependiente del petróleo sino para relanzar el mismo modelo que ya huele a cadáver. El único partido que se postula como alternativa a nivel nacional hace trizas lo que enarbola como virtuosos principios sin el menor pudor. Hay políticos imputados por corrupción que reciben toda clase de bendiciones por parte de su partido; diputados que ganan sueldos de 5000 euros al mes por ni siquiera aparecer en el Congreso mientras suscriben contratos millonarios con entidades privadas sin que la ley se lo impida. La Iglesia se gasta los millones que éste Gobierno le regala en campañas falsarias y demagógicas al tiempo que ejerce lo que en la práctica no es más que promover la extensión del SIDA en África. En Madrid quienen obligar a los niños a vestir uniforme en los colegios públicos...
Hay algo que funciona jodidamente mal en éste país. Hay muchas cosas que deberían cambiar y yo siento la necesidad de hacer algo, de aportar mi granito de arena para que esos cambios se produzcan. Veo desde mi sillón cómo la injusticia y la incapacidad, cuando no la mala fe, campa a sus anchas y siento rabia e impotencia. Me entran ganas de emigrar a otro lugar en el que no tenga la sensación de que desde las instituciones se están burlando de mí a diario, de renegar de éste miserable país de chulería caciquil y oligarquías eternas. Se está creando el caldo de cultivo para que ciudadanos frustrados y hartos de ver cómo son sistemáticamente ninguneados decidan pasar a la acción. Ésto entraña un riesgo, pero yo solo espero que ello sirva para que se impulsen reformas que dignifiquen un sistema que se revela cada día más agotado, aunque a la vista del carácter dócil y acomodaticio del español medio, no lo veo probable a corto plazo. No obstante, siento la necesidad de hacer algo, algo que sea verdaderamente útil y ayude a superar ésta etapa de riesgo social para abrir el camino hacia un nuevo horizonte. Algo, pero no se el qué.
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