sábado, 2 de abril de 2011

Deshumanizar al inmigrante

Nuevamente me he visto envuelto en una discusión a cuentas de la inmigración. Otra vez he tenido que escuchar el mantra relativo al privilegio que disfrutan los inmigrantes de cara al acceso a servicios públicos como colegios, guarderías y viviendas. Así, a las bravas. Esta es una consigna nacida del prejuicio, ya que es el nivel de renta lo que determina el reparto de plazas y viviendas en los servicios públicos citados. Una familia inmigrante media tiene, por lo general, menor renta que una familia española media. Sus componentes tienen acceso a peores trabajos y, en consecuencia, peores sueldos por lo que se ven más favorecidos a la hora de recibir prestaciones públicas. Lo que sí existe es un cupo de reparto de alumnos inmigrantes (ojo, noticia ésta última de 2002) a cubrir entre centros de enseñanza públicos y concertados con el fin de evitar guetos en los colegios estatales. No tengo noticia de que exista algo similar en guarderías públicas y en lo referido a las VPO's.

Es preocupante, aunque no sorprendente, el modo en que supuestas verdades no demostradas penetran en mentes que, por lo demás, pertenecen a personas corrientes de trato afable y cercano. El tema de la inmigración se ha visto sujeto a una demagogia brutal, exaltando el instinto de protección de lo propio frente al “invasor” extranjero tan habitual entre nacionalistas identitarios. Este sentimiento anida en una gran masa de ciudadanos, y no les tienen más que poner delante el fantasma del inmigrante ladrón de empleos y expoliador de servicios públicos para que su Mr. Hide particular salga a relucir. ¿Qué lleva a personas en apariencia normales, con vidas comunes y alejadas del perfil ultra, a convertir al inmigrante en objeto de sus odios hasta el punto de asumir acríticamente cualquier eslogan, por falso que sea, que justifique su prejuicio?

La clave es despersonalizar al trabajador foráneo, despojarle de su condición humana de modo que se le pueda confundir entre la masa. Disparar a una multitud anónima, cuando no puedes ver a quién estás acertando, siempre es más sencillo que hacerlo contra una persona que te mira y de la que conoces nombre y apellidos. De tal modo, para el xenófobo un inmigrante no es una persona de carne y hueso, con sus inquietudes, temores y anhelos, sino un ente abstracto encuadrado dentro del concepto abstruso de “inmigrantes”, al cual no le asocia ni cara ni nombre. Es, por tanto, algo que ni siente ni padece, no hay objeto humano sufriente, lo que libera la conciencia de cualquier culpa derivada de la marginación que su actitud pudiera provocar.

No interesa ver al inmigrante como un igual, como un ser humano con idénticos deseos y expectativas vitales, miedos e incertidumbres. Se le mira como alguien de costumbres raras, sólo porque son distintas, sin entrar a valorar si las nuestras son mejores. Son otras, y con eso basta. Como decía Schopenhauer, el sentimiento de reivindicación nacional es un asidero fácil para aquellos que no tienen nada a lo que aferrarse. Me pregunto si los hábitos de vida básicos del trabajador extranjero procedente de un país pobre (es importante este matiz) son tan distintos de los nuestros, o tan malos en comparación. He visto ciudadanos chinos y sudamericanos echar jornadas de 10 horas o más en sus negocios de alimentación y textiles, fines de semana incluidos. No parece que semejante tren de vida les deje mucho tiempo para la búsqueda de la realización personal. Me pregunto cuántos de los españolitos que se creen moralmente superiores se sacrificarían de ese modo para intentar sacar adelante a su familia y asegurar un mejor futuro para sus hijos.

Se evita sistemáticamente ver al inmigrante como a un semejante porque ello conllevaría, en buena lógica, reconocer las similitudes y rechazar las diferencias. Se levantan muros basados en falacias con el fin de bloquear la empatía, porque empatizar con un inmigrante significa verse reflejado en un espejo, entender que son personas con las que nos unen más cosas de las que nos separan. Cuando replicas al xenófobo que no, que el factor determinante del reparto de plazas en guarderías públicas es la renta, automáticamente se produce un rechazo del argumento, sin reflexión previa. No puede demostrar que haya cuotas, tal como afirma, es algo que simplemente "ve". Y como lo "ve" no hay nada que le pueda sacar de su error.



Empatizar impide, pues, culpabilizar al inmigrante, ya que pasa a ser un igual. Y si no culpabilizamos al inmigrante, dado que la problemática de la que le hacíamos responsable sigue existiendo, entonces hay que buscarse otro objetivo hacia el que volcar la frustración propia, tenga esta el origen que tenga. Y eso no es agradable en según que casos. Hay demasiada gente que no está entrenada para utilizar sus dotes críticas. Pensar, analizar y reflexionar cuesta trabajo mientras que culpar al más desprotegido es un recurso fácil que no requiere mayor esfuerzo intelectual. Pero si se hace, si se piensa y se analiza, oh sorpresa, se podría concluir que la insuficiencia de medios es el verdadero problema. ¿Y a quien hay que responsabilizar de que un servicio público no funcione lo suficientemente bien como para cubrir correctamente las necesidades de los usuarios?


Pero pelearse con la administración y exigirle cumplir con su trabajo, por el que todos le pagamos, no es lo mismo que sacudir al panchito desde la barra del bar. Dónde va a parar.


PD: Todo lo anterior no está reñido con una legislación que de preeminencia a una inmigración regulada y no indiscriminada, ni con el cumplimiento de las leyes, por feas que nos parezcan.

4 comentarios:

  1. Tristemente, la gente piensa así, con base en prejuicios y medias verdades. Pongo un ejemplo. Estoy asombrado con lo que revela una encuesta reciente sobre el antisemitismo español. Más de la mitad de los españoles tienen una opinión desfavorable de los judíos. Y dado que en este país el número de judíos es más bien magro desde 1492, ¿de qué puede provenir ese prejuicio? Claramente no de vecinos judíos que roban o hacen fiestas nocturnas o son unos guarros. Simplemente viene de la estupidez, de esa deshumanización de la que hablas.

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  2. Y todavía hay gente no entiende que si hay irregularidades o privilegios en las subvenciones la culpa no es del inmigrante sino del político que las utiliza con vete tu a saber qué fines. Y que buscar razones y justificaciones para las actitudes xenófobas no te hace no serlo, aunque los nazis hubieran podido demostrar que los judíos fueran una raza inferior no les hubiera hecho menos racistas por ello. No hay razas inferiores sólo personas inferiores y suelen ser precisamente las que se creen superiores.

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  3. De verdar, qué visión más naive del asunto.

    El "odio" al inmigrante se da básicamente en gente que compite con ellos por su bienestar social. Es curioso ver como en Hospitalet de Llobregat, en barrios como Bellvitge, barrio de inmigración andaluza y extremeña, o en Badalona, el "odio" al inmigrante sea tan acusado, habiendo ellos mismos sido inmigrantes en esa misma tierra. Esa incoherencia se explica en el hecho de que la gente humilde y con poca formación es la que tiene que competir con esa inmigración por sus puestos de trabajo y su bienestar social, que ha ido en declive en los últimos años, y que con motivos razonables achacan a la competencia de la inmigración. De ahí su virulenta reacción a la inmigración. En cambio, los que vivimos cómodamente y no tenemos un conflicto de intereses nos podemos permitir el lujo de escribir artículos como éste.

    La realidad es que la inmigración en España ha servido, principalmente, para hacer dumping laboral en los sectores menos favorecidos y menos cualificados. Los sueldos hace años que van decreciendo, el trabajo se va precarizando y las jornadas laborales se alargan, todo ello a pesar de la supuesta bonanza económica años atras, y los trabajos que antes desempeñaba una persona de aquí y que sin ser un gran sueldo podía vivir de ello ahora lo hacen gente inmigrada con necesidades mucho más acuciantes y expectativas mínimas, por menos, de manera más precaria y trabajando muchas veces más horas. Todo ello es un cocktel explosivo que vamos a ir viendo cómo acaba.

    Por otro lado, el otro gran fallo del sistema es que tenemos un estado del bienestar asistencial, es decir, que ayuda al pobre, en vez de universal (que proporciona servicios a todos los ciudadanos por igual). El modelo asistencial, muy "católico" (y barato, claro está), pone parches allá donde se crea necesario, generalmente de manera insuficiente. Cuando vienen detrás de uno, que es más bien pobre, un porrón de gente en peor situación, lo que sucede es que el sistema asistencial, por su propia definición, vuelca sus ayudas en ese nuevo sector, más desfavorecido aún que el nativo, lo que lleva a la sensación a mucha gente que los inmigrantes se llevan todas las ayudas y se discrimina al de aquí. Lo primero es cierto, en base a su estado económico y social, pero es lo razonable en un sistema asistencial. Lo segundo es categoricamente falso, pero es conclusión lógica del primero si no se piensa mucho y no se conoce cómo funciona el sistema.

    ¿Son ellos culpables de su "odio"? Pues yo creo que no, sinceramente. Si alguien tiene la culpa de lo que ha pasado son los empresarios que se han aprovechado de esa inmigración y han favorecido el dumping laboral (ellos son los grandes beneficiados de la inmigración), y el sistema de bienestar social que tenemos en España, que en muchos sentidos es una basura.

    Por último, con respecto al comentario sobre los judíos, en España el antisemitismo ha sido residual durante muchísimos años, debido principalmente a que no tenemos judíos. El equivalente ha sido la catalanofobia, que ha creado un mito del catalán que responde a todos los efectos al estereotipo de "judio". El rechazo actual a los "judíos" en España, que yo más bien diría a Israel, es debido a las barbaridades que hace el estado de Israel, gente a la que por haber pasado lo que han pasado se les espera mayor altura moral que sus verdugos y torturadores, y que demuestran cada día que no es así, y que si ellos fueron perseguidos, también pueden perfectamente ser ellos los perseguidores.

    Pensad por ejemplo cómo siempre se habla estupendamente, casi con nostalgia, de Sefarad, y se trata y recibe a los judíos que todavía conservan el castellano antiguo que llevaron de esta tierra cuando se les expulsó. Allí no veréis ningún rechazo. El rechazo, como digo, es a Israel y sus políticas genocidas para con los palestinos. Si alguien está interesado en mezclar el antisemitismo con el antisionismo, allá el, pero a otro perro con ese hueso.

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  4. Anónimo, pregúntate si ese rechazo del que hablas sería el mismo si la inmigración no procediera de otros países, que además son pobres. Pregúntate quien se vería en el ojo del huracán si se produjera una emigración masiva desde la Cataluña rural hasta las zonas industriales, y si la cuestión identitaria no quedaría como factor determinante de la potencial conflictividad.

    Es el mismo problema, se deshumaniza al diferente (cultural, étnico, social) para eludir el reconocimiento de las similitudes entre unos y otros, y así evitar empatizar y quedarse sin válvula de escape de frustraciones varias. Y mientras, las administraciones satisfechas de que el populacho se enfrente por estas cosas, ya que así no le queda tiempo ni ganas de fijarse en los recortes presupuestarios en materia social, en la reducción de plazas de guarderías, en la masificación de los centros de salud o en la falta de médicos en atención primaria. Y a todo esto, dilapidando el dinero público en infraestructuras de cara a la galería de casi nula utilidad social.

    Coincido, sin embargo, en que el empresariado rentista y sin escrúpulos ha fomentado el fenómeno con el fin de hincharse los bolsillos a costa del más débil. Y que la baja formación ciudadana y su escaso nivel de exigencia contribuye a que las cosas sean como son.

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