La sentencia del juicio por el 11-M no ha dejado lugar a dudas. Los atentados los cometió un comando islamista inspirado en Al Qaeda, no hay rastro de ETA y no hubo mano negra policial. La lectura del resumen de la sentencia que el juez Gómez Bermúdez ha hecho hoy ha sido tan dura como rigurosa. Ha ridiculizado a los que pretendían desviar la atención hacia el terrorismo etarra y ha enterrado las teorías que intentaban instalar la sospecha sobre las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Los entes que desde pocas fechas después de las elecciones del 14 de marzo de 2004 trataron de sembrar de insidias la opinión pública española han sufrido un revés que no por esperado resulta menos satisfactorio.
De la lectura resumida de la sentencia se extraen conclusiones que dejan a los promotores de las teorías conspirativas y a sus avalistas, en especial a los Peones Negros, en un plano moral cercano al de los simpatizantes etarras. Ésta secta que ha colaborado activamente en las defensas de, entre otros, Jamal Zougam, condenado a miles de años de prisión como autor material de los hechos, ha actuado del mismo modo que lo hace el entorno etarra con los terroristas que son llevados a juicio: poniendo en cuestión las instituciones ubicándose al margen del sistema; dedicando epítetos insoportables a víctimas del 11-M no afectos a la AVT; haciendo imputaciones delictivas a miembros de las FyCSE; propalando implicaciones criminales a políticos y periodistas por el hecho de situarse en la orilla ideológica opuesta a la suya.
Han batido todos los records de infamia, indecencia y vileza registrados en nuestro país y han terminado convirtiéndose en una suerte de grupo antisistema que ha intentado socavar el Estado de Derecho con la única finalidad de colocar sus prejuicios, sus odios y sus mentiras en el primer plano de la actualidad ciudadana.
Pero no han sido ellos solos. Los Peones Negros son una consecuencia, el siniestro resultado de una confluencia de intereses políticos, periodísticos y económicos que tiene su origen no en el 11 de marzo de 2004, sino tres días después. La pérdida de las elecciones generales por el Partido Popular es el detonante, el leit motiv de la catarata de infundios e insidias desplegada desde sus satélites mediáticos. Que su opción política afín dejara de ostentar el poder es lo que les ha obsesionado, ofuscado y enloquecido.
Merece la pena hacer un recuento, una relación de aquellos que han convertido la peor masacre terrorista ocurrida en Europa en el eje de su actividad; un listado de aquellos que se han lucrado con el 11-M a través de la venta de libros o el incremento de sus tiradas y oyentes. De aquellos que se han alimentado con la sangre de las víctimas del 11-M y han hecho negocio con ella. Pero lo dejaré para otra entrada y ahora me centraré en la indignación que me ha causado la comparecencia de Mariano Rajoy.
El muy sinvergüenza, porque hay que carecer por completo de escrupulos y moral, se ha apuntado el mérito de la condena a los imputados por el hecho de que fueron detenidos bajo el mandato del PP. A lo que no ha hecho alusión es al rosario de embustes vertidos en aquellos días para convencernos de que había que dirigir las miradas hacia terroristas que no se ajustan al perfil de los hoy condenados. No se ha referido a las palabras de su hoy secretario general, Ángel Acebes, calificando de miserables a quienes no asumieran la autoría etarra; no ha dicho ni media de su anterior jefe, el expresidente José María Aznar, y de las veladas acusaciones que esputó en la comisión de investigación sobre los atentados; ni de los miembros de su partido que han alentado de forma activa esa conspiranoia de la que, en vista de su estrepitoso fracaso, ahora se intentan apear.
Ni siquiera ha hecho mención a la convicción moral que, en plena jornada de reflexión, encargó a un periódico que pusiera en portada para influir en la opinión pública a 24 horas de unas elecciones generales. Ni los testimonios de los mandos policiales que contradicen lo declarado durante esos tres días de marzo por el entonces ministro del interior. En cualquier comunidad con unos principios éticos consolidados ésta gentuza estaría apartada de la esfera pública, pero donde la amoralidad es una constante no se puede esperar un comportamiento mínimamente ético.
Lo que debería haber sido una comparecencia de alguien a quien le pesan las manipulaciones y negligencias documentadas en el seno de su partido, se ha tornado en una comparecencia altiva, desafiante y ansiosa de protagonismo. En un enésimo intento de instrumentalizar el terrorismo en propio beneficio, Rajoy ha salido ante los medios a provocarnos náuseas haciéndo política, no a felicitarse por la condena de los autores del 11-M. Y como colofón, deja la puerta abierta a la conspiranoia afirmando que apoyará toda investigación que se suscite sobre éste caso, sin matices, lo que engloba tanto a procesos judiciales como a imbeztigazionez piriodisticas. Éste hombre, o necesita desesperadamente el apoyo mediático de los medios conspiracionistas o son ellos los que le marcan el paso.
Por todo ello, hoy más que nunca, PP: Partido de la Patraña. Que no nos vuelvan a engañar.